
ENTREVISTA / Publicada en TalCual
Guillermo Sucre: Educación y dignidad
Sandra Caula
“No ha sido nunca un escritor panfletario, Dios nos libre, pero sí
comprometido. Comprometido con la escritura y con el estilo, con la conciencia
y con la democracia, que en cierto modo vienen a ser una y la misma cosa. Su
voz ha sido un llamado a asumir la responsabilidad del escritor, a reconocer la
necesidad de hacerse cargo de un legado de cultura y de civilidad, de una
tradición que es imposible si la libertad falta. Ese es y ha sido siempre
Guillermo Sucre. Uno de nuestros más finos poetas, un ensayista primoroso, un
profesor inolvidable al que tanto deben generaciones de escritores y estudiosos
venezolanos.
La Fundación del Valle de San Francisco y la Cooperativa Editorial Lugar Común
han celebrado sus ochenta años con un volumen modesto y precioso que surgió de
sus actividades docentes: La Libertad,
Sancho. De Montaigne a nuestros días. El tema no podría ser más oportuno.
Se trata de una selección de textos muy particulares con introducción y
comentarios suyos. Cervantes, Etienne de la Boètie, Montaigne, Spinoza, Camus,
Mariano Picón Salas, Kolakowski, Isaiah Berlin, Amos Oz. A primera vista podría
decirse que nada los reúne, salvo la constancia de las lecturas de Guillermo
Sucre. Pero en todos los textos seleccionados encontramos una preocupación por
revelar cuán ajenos a la dignidad humana son el despotismo, la idolatría de un
jefe y el fanatismo. Sobre esos temas conversamos con el escritor.
SC: Una paradoja del mundo
contemporáneo es que quizás nunca hubo tanta preocupación de los derechos del
individuo, por un lado y, al mismo tiempo, tantos Estados empeñados en
uniformar y reglamentar las conciencias. Pareciera que la vida democrática
requiere una formación espiritual muy particular. ¿Qué elementos considera
necesarios para esa educación para la dignidad a la que se refiere en la
introducción del libro y que menciona Kolakowsky en una de las citas elegidas
por usted para presentarlo?
GS: Creo que ya en el mundo moderno,
después del Renacimiento, el hombre ha buscado una liberación por medio de la
Educación. No me siento apto para sintetizar ese proceso. Recordamos a
Montaigne, entre otras cosas, como uno de los fundadores de los estudios
liberales. En nuestro país, después de la muerte de Gómez, uno de los
fundadores de nuestros estudios liberales fue Picón-Salas. Todo el siglo XX,
después de 1936, nuestra educación fue un sostenido esfuerzo por formar
conciencias libres, no sólo profesionales eficaces. A partir de 1998, con el
cambio tan radical de régimen, se ha tratado de imponer una educación que busca
negar y aniquilar al que no lo apoye, o al mundo que lo precede o que ayude a
ese proceso. Este régimen no inventó nada nuevo y se comporta de manera
semejante a los gobiernos totalitarios. Como dice Kolakowski –de acuerdo a su
experiencia dentro del comunismo– el arma secreta del totalitarismo es
emponzoñar con odio toda la trama espiritual del hombre, generando, a su vez,
la vanidad del odio, es decir, apostar a ser el más radical en el odio al
adversario o al que se le oponga.
Así, pues, neutralizar el odio debe ser uno de los objetivos principales de una
educación para la libertad, y fomentar con ello la convivencia democrática y la
tolerancia. “Es preferible morir a odiar y temer; es preferible morir dos veces
a hacerse odiar y temer: ésta debe ser la máxima de toda sociedad organizada
políticamente”, esta es la frase de Nietszche que Camus cita como epígrafe en
uno de sus libros, en el que habla de que sólo la fuerza del diálogo es capaz
de vencer a la fuerza del terror. Proscribir el odio, hacernos aptos para el
diálogo y la convivencia son algunos de los requisitos para la formación del
espíritu democrático.
SC: El liberalismo, decía Ortega, es
la suprema generosidad, proclama la decisión de convivir con el enemigo.
Demócrata es quien admite que el otro puede tener razón, dice Camus, y acepta
reflexionar sobre sus argumentos. Me gustaría que comentara esta relación entre
la generosidad y la posibilidad de dialogar, de conversar, que aparece en
varios textos del libro.
GS: En lo que dije antes creo haber
hablado un poco de lo que ahora me pregunta. Lo que ocurre es que no se puede
hablar de espíritu democrático sin aludir a esos mismos términos de generosidad,
convivencia, diálogo, y otros análogos. Y es que todo parece partir de la
actitud que tengamos frente al otro, a nuestro semejante. Cuando Ortega dice
que “vivir es contar con los demás”, es evidente que propone como uno de los
valores de la existencia la relación recíproca del individuo y la diversidad,
de lo uno y lo plural. Uno de sus libros más célebres, La rebelión de las
masas, de los años veinte, no es como han creído algunos gobernantes el
asentimiento a esa rebelión sino su crítica, y buscaba, justamente, que la
masificación no destruya en el hombre moderno la noción de individuo y el
sentimiento ético y estético de los valores. La cultura es uno de esos valores,
el más alto quizá. Y cultura y democracia van de la mano, por el hecho mismo de
que ambas nacen de la libertad, y ambas nos hacen sentir que estamos en el
universo como si estuviéramos en casa. Y al revés. Porque, además, ambas son lo
que se opone a las fuerzas de la destrucción.
En cuanto a Camus, por quien siento mayor simpatía, es uno de los intelectuales
que mayor respeto ha tenido por el otro, aunque éste sea el peor enemigo. Sus
Cartas a un amigo alemán es un reconocimiento al alemán como hombre y un
rechazo al nazi que hay en él. Lo mismo puede decirse de El hombre rebelde: un
reconocimiento al hombre comunista y un rechazo al fanático comunista. Aunque,
por supuesto, no ponía en el mismo nivel al nazi y al comunista. Un comunista,
sin dejar de serlo, puede actuar en un régimen democrático. Un nazi ya es más
difícil que actúe en un régimen democrático, y si lo hace quizá lo haría de
mala fe.
SC: ¿Por qué la democracia requiere
modestia, como dice Camus, y por qué la modestia es tan difícil de alcanzar?
Pareciera que en los despotismos y en las servidumbres hay una necesidad de
escapar de lo humano por encima o por debajo, de convertirse en superhombres o
en infrahombres.
GS: Ya sólo por el hecho de que es
renuente al culto a la personalidad, la democracia es modesta. Al permitir la
libre expresión y el derecho a la crítica, está sometida a la observación de
los otros, a la aprobación o al rechazo de los demás. Vivir en democracia es
vivir en la cultura de la controversia. Cualquiera que sea su talento, el
dirigente democrático es un hombre normal que no vive presa del furor profético,
que no es conciencia de un país ni se inmola por su patria. Por lo demás, las
obras de la democracia nunca deben ser monumentales, si construyen represas
hidráulicas, por ejemplo, es para dar luz y energía eléctrica al país, no para
hacer propaganda. Lo que la distingue de los regímenes despóticos es que habla
y hace para la verdad, no por puro proselitismo.
SC: En el pensamiento y en la vida
política contemporánea hay una tendencia a oponer o a pensar que se deben
equilibrar justicia y libertad. Sin embargo un asunto moral se olvida en ese
caso: que para tratar como persona al otro hay que considerar sus legítimos
intereses y compromisos, hay que considerarlo a él como el individuo que es.
¿Qué relación guardan entonces la moralidad, la libertad y la justicia?
GS: Sí, claro, y de esta oposición
privilegiando la justicia social se han valido ciertos regímenes no muy
democráticos. Por ejemplo, en nuestro país, el movimiento que lleva al poder a
Chávez proclamaba que su misión era saldar la deuda social que habían dejado
los cuarenta años de gobiernos democráticos. Lo que equivalía a decir que todos
los partidos que participaron en esos gobiernos (prácticamente todos,
exceptuando el Partido Comunista) eran innecesarios e inútiles: era la
democracia protagónica contra la partidocracia. Pero resulta que catorce años
después, la deuda social que deja el chavismo parece comprometer gravemente la
honestidad de esa justicia: no sólo se ha beneficiado, digamos, a la pobreza
que por necesidad, entre otras razones, se somete al benefactor; también se han
malgastado presupuestos millonarios que si se hubieran empleado con honestidad
y eficiencia no existiría ni un pobre en el país. Para no hablar de los
privilegios materiales que se han dado a funcionarios del régimen, a militares
venales y a jueces todavía más venales, a jerarcas del aparato político y
represivo. Sin libertad no hay moral, decía un filósofo que elogió a la
Revolución Francesa, y sin moral no hay justicia alguna. Es evidente que la
justicia social que ha hecho el chavismo resulta poca cosa al lado de la casi
nula justicia constitucional que ha ejercido, y que es el mayor escándalo moral
que ha ocurrido en nuestro país desde la época de Juan Vicente Gómez. El
prontuario de este régimen aumenta cuando nos damos cuenta de que ha jugado con
la necesidad de los oprimidos y se ha buscado quizá –dada la propaganda que
hace– a los más oprimidos de los oprimidos (incluyendo el talento individual)
para hacer su despliegue de filantropía. El mismo filósofo que cité antes decía
(hace 300 años) que no hay peor despotismo que los gobiernos paternalistas cuya
razón constitutiva es ser benevolente (dadivoso) con el pueblo, al que no
respeta y tiene entre sus manos. La Venezuela chavista ortodoxa es un ejemplo
que casi viene al molde de este juicio.
SC: La religión debe ayudar a los
fines del Estado, dice Spinoza. Camus, por su parte, habla de una fe difícil en
su discurso de 1957. Es como si lo religioso permaneciera en estos autores para
enseñar al hombre sus límites y la necesidad de vida comunitaria e
instituciones que los compensen. ¿Podría hablarnos de este tema?
GS: De Spinoza se escoge un texto en
el cual dice expresamente que uno de los fines del Estado es garantizar la
libertad de pensamiento y expresión para que los ciudadanos se realicen
plenamente y no gasten sus energías en las guerras y en el odio. Al mismo
tiempo el Estado fomenta la libertad religiosa, pues la pluralidad humana se
manifiesta en la pluralidad religiosa. El hombre se realiza en la libertad porque
así siente más profundamente su ser. La libertad es una manera de vivir más
intensamente o más humanamente la vida, pues le comunica más cordialidad a la
vida y la hace más alegre. Sólo por una superstición cruel hay cierta creencia
que no acepta que la alegría forme parte del gusto por la vida, dice Spinoza.
Con lo cual parece corregir la religión de la Biblia, al todo es polvo y
ceniza, al todo es vanidad. Si el hombre democrático tiene conciencia de sus
límites es porque su propia meditación le revela esos límites y le hace ver la
vida como algo sagrado. Y en esto, creo, Camus continúa su visión: “Toda cosa
se esfuerza por perseverar en su ser”, es una de las máximas de Spinoza, y este
esfuerzo por perseverar en su ser es lo que lo hace indestructible (una idea
también de Kafka) y no es ninguna tendencia distinta de la naturaleza de ser.
“Toda naturaleza es una manifestación de la potencia de Dios”, comenta Alain en
un libro famoso sobre Spinoza de 1935 y que podría ser un breviario filosófico
para el hombre democrático. Advierte que el Dios spinoziano no es opresivo sino
que permanece distante dejando en libertad al hombre. Por cierto, fue leyendo
Literales de Tal Cual, por un ensayo de Fernando Savater, que me enteré de la
existencia de este libro y su reedición española.
SC: Hay un solo texto de un autor
venezolano en la selección del libro, la impresionante reflexión de Mariano
Picón-Salas sobre la palabra revolución, todavía hoy aceptada con una
unilateral connotación positiva. Al final de ese texto, Picón-Salas diferencia
entre el político normal y el endemoniado, al que caracteriza la sequedad del
corazón y el destierro afectivo. ¿Qué es lo que caracteriza al político? ¿Qué
lo diferencia del revolucionario?
GS: Picón-Salas (también un
spinoziano) fue uno de los primeros escritores venezolanos que asumió una
actitud franca frente al comunismo. En 1937 publica un ensayo titulado “Los
anticristos”, nombre con el cual califica a todos los extremistas de izquierda
y de derecha (comunistas, nazistas, cristianos franquistas). Los identifica por
la pasión fría que encarnan, por la discordia entre los hombres que cultivan y
por la desmesura de querer cambiarlo todo, ese furor destructivo que los
enajena para la acción justa. Los anticristos son los personajes de
Dostoyevski, especialmente de Los endemoniados. En política son los gobernantes
que viven en trance de convertirse en déspotas. Lo contrario es el político que
emplea la mesura, y cuya acción se guía por lo posible y no por utopías que
terminan siendo peores que lo que quieren corregir. En el ámbito nacional y
específicamente político, Picón-Salas definió su posición crítica del comunismo
en 1941, con ocasión de la primera sucesión presidencial después de la
dictadura gomecista. Publicó un libro titulado 1941, Discurso a la Nación, en
el que sostenía que cualquier candidato presidencial debía prescindir del
compromiso con los comunistas. Esgrimía razones fundamentales: la idea de la
lucha de clases, principio básico de los comunistas, hacía imposible toda
organización nacional democrática en los diversos órdenes de la vida en un país
que, como él decía, llegó tarde a la modernidad. No hay que engañar al país
sino comprenderlo y ayudarlo a alcanzar las metas de la vida civilizada, decía
Picón-Salas. Su ayuda fue notable en la Educación: inspiró la creación del
Instituto Pedagógico, fundó la Facultad de Filosofía y Letras, la Revista
Nacional de Cultura y las ediciones populares del Ministerio de Educación, y
echó las bases del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA). Fue
en verdad el mejor guía de una Educación democrática en el país.
SC: En el fragmento que selecciona
de Isaiah Berlin se habla de “la herencia inquietante del movimiento
romántico”. Esta caracterización dice ya que hay otra herencia romántica a la
que no podríamos renunciar y que está presente en nuestra idea moderna de
libertad individual. ¿Podría hablarnos un poco de esas dos posibilidades de
romanticismo en el ámbito de la vida política?
GS: El tema es paradójico e inquietante
y no es fácil de comprender a primera vista. Lo que no se le escapa al propio
Berlin. Por un lado la idea de las utopías dominó el pensamiento occidental
hasta el siglo XVIII. Por otro lado, está la reacción del movimiento romántico
alemán a fines de ese siglo y su influencia en muchos países europeos. Así como
las utopías con su ideal de un mundo justo y perfecto, y la unidad racional del
pensamiento, podían degenerar en despotismos uniformadores que negaban la
individualidad y la diversidad, el movimiento romántico alemán también vindicó
por otra parte la vida afectiva y pasional del hombre concreto, su voluntad
creadora que no se sometía a una verdad absoluta. Pero al mismo tiempo, se daba
comienzo al nacionalismo y al populismo, degenerando a veces en un
irracionalismo extremo y sectario, y, como dice Berlin en otro de sus libros,
“a la idolatría del héroe y del líder y, finalmente, al fascismo”. Pero cómo
negar el valor humano que tuvo en su momento el mito de la utopía, y aún lo
tiene como horizonte de posibilidad ideal. De igual modo, cómo negar el valor
humano de la idea romántica de la diversidad, del espíritu de los pueblos, del
yo creador. Nietzsche es un descendiente de esta tradición romántica y su
Zaratustra –el héroe de la voluntad– no es culpable de que el nazismo lo tomara
como suyo. Tampoco la utopía es culpable del stalinismo o de cualquiera de sus
abortos últimos.
SC: “¿Cómo curar a un fanático?” Le
repito esa gran pregunta con la que comienza el extraordinario texto del
escritor Amos Oz, en el que el fanatismo se muestra como una pulsión más vieja
que la religión y que la política.
GS: El fanático cree que hay una
verdad absoluta y que él la representa. Por lo tanto se cree siempre en una
situación de superioridad intelectual que hace imposible el diálogo con el
adversario. Un caso extremo de fanatismo fue cuando Bin Laden intentó acabar
con Nueva York. Otro igualmente parecido en intensidad sería el del hasta hace
poco Presidente de Irán, Amadinejad, quien prometía borrar del mapa a Israel.
Amos Oz, no obstante su cultura occidental, es un hombre del Medio Oriente,
nació en Jerusalén, se educó allí, peleó en las guerras de los “Siete días” y
del “Youm Kippur” contra los países árabes. Pero desde entonces es un pacifista
activo y ha fundado junto a otros intelectuales de dos nacionalidades el
movimiento Paz Ahora, que propicia la existencia tanto de Israel como de
Palestina y cuyo lema es que ya no hay que elegir entre uno y otro país, sino
elegir la paz. Es decir, la convivencia y la coexistencia. Oponerse al
fanatismo es oponerse al extremismo intolerante. La esencia del fanatismo
consiste en el deseo de obligarnos a cambiar y así redimirnos.
Bin Laden actuó por amor –dice Amos Oz–: quería salvar a los norteamericanos y
a nosotros, los judíos del capitalismo, mientras que Amadinejad actúa con odio,
quiere eliminarnos, borrarnos del mapa. Es un exterminador como Hitler. (Por
cierto, ha sido muy bien recibido en la Venezuela de hoy). También sostiene Oz
que el fanatismo no es inherente al islamismo, que es anterior a cualquier
religión e ideología. Por supuesto que hay musulmanes que no son fanáticos y
ahora mismo un moderado ha ganado las elecciones presidenciales en Irán. En
verdad, una manera de curar el fanatismo o impedir que nos volvamos fanáticos
es leer textos como éstos de Amos Oz, y leer algunas de sus novelas. A pesar de
haber vivido en una atmósfera de fanatismo, él es un maestro de la concordia,
de la simpatía, y también del humor: un narrador cuyos textos misteriosos y
sencillos nos hacen vivir por sí mismos por su don poético, por su libertad
fabuladora y relacionante y por lo que contienen: un acto de solidaridad entre
los seres y sus cosas y sus hábitos, o algo todavía más estimulante, un arte
del suspenso en sus actos, entre el deseo y el amor, entre la fantasía y la
memoria. El mismo mar (1998), por ejemplo, es la historia de un amor, o varios
simultáneos, que por sublimado se vuelve más erótico, más entrañable por ser a
un tiempo la bitácora de lo no realizado y lo añorado, la pequeña Odisea de las
aventuras con que nos purificamos, y que nos hacen vivir y revivir una y otra
vez cuando las leemos con gratitud”.
Guillermo Sucre, (Tumuremo, 1933)
"Poeta y crítico literario venezolano. Profesor de literatura
hispanoamericana en diversas universidades, es autor de ensayos
literarios y poemarios y traductor de autores como André Breton,
Saint-John Perse, William Carlos Williams y Wallace Stevens. Hija de la
lucidez y del rigor, su poesía evita sin embargo los extremos del
formalismo al hallarse animada por una inmediata calidad sensual y la
búsqueda de una forma entrañable y vital de sabiduría. Sus libros más
importantes son Mientras suceden los días (1961), La mirada (1970), En el verano cada palabra respira en el verano (1976), Serpiente breve (1977) La vastedad (1988) y La segunda versión (1994). De su obra ensayística sobresale La máscara, la transparencia
(1975), estudio ambicioso y cabal acerca de la aventura de la poesía
hispanoamericana del siglo XX que tuvo amplia resonancia internacional y
que constituye una referencia imprescindible, prescindiendo de la
postura que se adopte frente a sus planteamientos. Borges, el poeta (1967) es otro buen ejemplo de la calidad y complejidad de sus estudios literarios..."