lunes, 5 de septiembre de 2011

La matemática como estrategia de atención





La matemática como estrategia de atención



“La matemática es ante todo una actividad humana. Antes de ser ciencia fue un conjunto de métodos empíricos aplicados a la práctica. A la vez que se formaliza como ciencia, va dejando un trazo en la experiencia del hombre y su capacidad intuitiva para aplicarla y cuantificar las actividades más sencillas de su vida cotidiana. Sin duda alguna, ella subyace en el patrimonio biológico y cultural del hombre, del cual son una misma expresión los juegos populares como vehículo para transmitir ideas, costumbres, mitos, leyendas, tradiciones, canciones… de una generación a otra”.



"La matemática es evidente en los diferentes juegos, ya que muchos de ellos conducen a los niños a desarrollar la habilidad para transformar la acción lúdica en una percepción que se traduce en imágenes, para terminar en un concepto”.



Los juegos populares



El trompo: Para jugar trompo los niños delimitan un espacio rectangular y señalan sus extremos opuestos con una tapita, dibujan un círculo que marcan en el suelo y que denominan “olla”, trazan figuras en el plano del piso, adquieren la noción de extremos opuestos, de círculo y de rectángulo. Al momento de castigar al trompo servidor con 30 a 50 maporas, los niños se ponen a contar.

Las metras: Cuando juegan metras, los niños marcan en el suelo un círculo o un triángulo; manipulan con las metras la forma de la esfera, conocen la bolondrona como la más grande y manejan de esta forma la relación de tamaño entre los objetos, aprecian y miden distancias, manejan los ordinales, pues saben quién juega primero, segundo, tercero… Cada metra debe chocar con la otra, para establecer así una relación de correspondencia uno a uno.

El papagayo: Puede tener diversas formas y nombres: la cometa, de cuadrilátero; la picúa, de pentágono; el barrilete, de hexágono; y la estrella, que es un polígono de 16 lados. Así vemos cómo en el mundo mágico del papagayo desarrollan los niños la imaginación visual, destrezas en geometría, preparatorias de las representaciones abstractas y de las relaciones y operaciones matemáticas. Así como las relaciones espaciales de cerca y lejos, medidas con el hilo”.


*Realiza una lista de los juegos tradicionales que conoces e intenta “mirarlos matemáticamente” para descubrir cuáles contenidos pueden ser abordados a través de ellos”.



Marcano, G. y otros. Carpeta de Matemática para docentes de Educación Básica.


(En:Propuesta didáctica para la enseñanza de la matemática. Carlos Guédez. Fe y alegría, 2008)

viernes, 2 de septiembre de 2011

Pasado y presente de los manuales escolares




Pasado y presente de los manuales escolares
Alain Choppin


“…si durante el transcurso de una conversación alguien aborda el asunto de los
libros escolares, todos tenemos recuerdos que contar, una opinión que emitir o críticas que formular. De hecho, tengo que reconocer que los recuerdos no son siempre agradables, las opiniones a veces son negativas y las criticas numerosas. Todo transcurre como si el manual tuviera, para el común de los mortales, una función catártica, como si los utilizáramos para arreglar nuestras cuentas con la institución escolar, como si los libros de clase focalizaran nuestros rencores, o a la inversa, nuestros pesares. Pero cuando a uno se le ocurre preguntar a su interlocutor, ese que siempre tiene respuestas para todo: ¿Qué es un manual escolar?, la tarea le parece bastante menos fácil y generalmente provocamos un silencio embarazoso. De esta
forma, si es difícil definir un manual es porque, bajo una aparente banalidad, aparece como un objeto del todo complejo. Asume simultáneamente varias funciones y se pueden tener de el visiones de naturaleza bien distinta”.

Para leer todo el artículo: http://revinut.udea.edu.co/index.php/revistaeyp/article/viewFile/7515/6918

“Madres crueles de hijos víctimas”




“Después de todo, ¿quién tiene autoridad para decirle a una madre lo que debe hacer?”


“La posibilidad de que los adultos del mundo real (por ejemplo, las madres) puedan no corresponderse con los esquemas dominantes en nuestra cultura, es una contrariedad que la mayor parte de la gente no toma demasiado en cuenta, porque le resulta perturbadora. Las madres deberían ser siempre afectuosas, protectoras, sacrificadas. Si alguna de ellas se aparta del modelo inflexible y monótono, si por ejemplo son egoístas o descuidadas, simplemente no se toma en cuenta la evidencia. Las madres traen al mundo a sus hijos y los aman tanto, que no haría falta que nadie les reclame que subordinen sus intereses a los de la prole, que por el solo hecho de nacer contrae una deuda imposible de saldar.

Una madre que por cualquier motivo no anteponga el bienestar de los hijos al suyo, que los abandone o anteponga su interés personal, pasa a convertirse en una de las figuras más siniestras que puedan darse, precisamente porque la gente no sospecha que alguien así exista, de manera tal que las noticias de prensa que actualizan un tema que no es nuevo, pero suele ser silenciado por los textos de Historia, sorprenden repetidamente, como si nunca antes se hubiera conocido el dato.
Si la figura de una madre cruel causa espanto, es porque ella tiene a su disposición a las víctimas indefensas y puede hacer con ellas lo que se le ocurra, sin que el resto del mundo se entere o sin que se atreva a intervenir para impedirlo, cuando lo sospecha. Después de todo, ¿quién tiene autoridad para decirle a una madre lo que debe hacer?

Cuando un historiador de la sociedad comprueba la existencia del infanticidio generalizado, lo declara “admirable y humano” [Charles Seitman: Women in Antiquity]. Cuando otro [historiador] habla de las madres que pegaban sistemáticamente a sus hijos cuando aún estaban en la cuna, comenta, sin prueba alguna, que “si su disciplina era dura, también era regular y justa y estaba informada por la bondad” [Daniel Millar y Guy Swanson: The Changing American Parent].

Cuando un tercero tropieza con madres que metían a sus hijos en agua helada cada mañana “para fortalecerlos”, práctica que ocasionaba a veces la muerte de los niños, dice que “su crueldad no era intencional”, sino que simplemente “habían leído a Rousseau y a Locke” [Bayne Powell: English Child]. (Lloyd DeMause: La Evolución de la Infancia)

La excusa de educar a los niños con la mayor severidad posible, sirve para que las madres crueles den satisfacción a sus deseos más oscuros. No estarían resarciéndose de ofensas anteriores, que sufrieron de parte de otras personas, sino que intentarían afianzar los buenos hábitos de sus hijos rebeldes, tales como la obediencia irrestricta a los mayores y la resistencia al dolor.

Medea es la figura de la dramaturgia antigua que cumple ese rol terrorífico. Hechicera que es seducida por un extranjero, Jasón, ella comienza traicionando a su pueblo, con tal de beneficiar al hombre que ama. Se convierte en una exiliada, que en la tierra de su marido no disfruta de los honores a los que estaba acostumbrada en su patria. Pare dos hijos que hubieran debido afianzar la relación de la pareja, y solo entonces se entera de que no tardará en perder al hombre, porque él ha planeado casarse con la hija del rey de Tebas y relegarla al rol de concubina. A partir de ese momento, Medea se convierte en una furia capaz de incinerar a Glauca, la futura esposa, conducir a la muerte al rey Creonte, matar a sus hijos y alejarse del país que sumió en el luto, montada en un carro arrastrado por dragones. No es que adquiera esas características por el amor despechado; ella siempre fue así, Jasón hubiera debido tomar precauciones para evitar que desatara sus poderes infernales.

No hay nada protector en ciertas madres. Los cartagineses pasaron a la Historia como un pueblo cruel, devoto de Moloch, un dios de fuego al que las madres, obligadas por la tradición, sacrificaban sus niños. Aunque los romanos no fueran tan humanitarios, como demuestra el hecho de que abandonaran en lugares inhóspitos a los bastardos, los deformes y enfermos, describen a los cartagineses como insensibles a cualquier atisbo de amor filial.

Con pleno conocimiento e intención, ofrecían a sus propios hijos y los que no los tenían, se los compraban a los pobres y los degollaban como si fueran otras tantas ovejas o aves; mientras tanto, la madre asistía a la escena sin una lágrima, ni un gemido. Pero si dejaba escapar un solo gemido o derramaba una sola lágrima, perdía la suma de dinero convenida y su hijo era sacrificado de todos modos. (Plutarco: Moralia)

Las historias de madres espartanas entregadas por completo al rol de servidoras de un Estado militarizado, causan hoy el mismo espanto. Los recién nacidos que un grupo de ancianos tomaba en cuenta, podían ser condenados a muerte su presentaban algún defecto. La lactancia no servía para crear lazos duraderos entre el hijo y la madre, porque una serie de nodrizas de la comunidad se encargaban de la tarea. La anécdota de la madre que no toma en cuenta la muerte de su hijo en batalla, pero se preocupa de la suerte que ha corrido la guerra, describe una mentalidad que cuesta aceptar. ¿Cómo puede una mujer demostrar tal indiferencia respecto de los hijos que trajo al mundo? El nexo emocional, que se supone biológico, porque aparece en muchas especies animales, no tiene la misma validez en todas las culturas.

La modernidad, que proclama prestar gran atención al bienestar de los niños y lo ha demostrado, por ejemplo, en la proliferación de profesionales e instituciones dedicados a cuidar su salud y educación. Hay una enorme variedad de especialistas y los padres no dudan en acudir a ellos cada vez que advierten alguna dificultad. No faltan los padres (sobre todo, las madres) que pasean a sus hijos por las consultas médicas, para que los atiendan a ellos y de paso presten atención a los progenitores.
A veces, los adultos no dudan en agredir a sus hijos de varias formas, para que luego los profesionales de la salud se vean obligados a curarlos. En muchos casos, los niños se convierten en cómplices de los adultos, por temor a las represalias que les traería cualquier contradicción. Problemas como el asma o las alergias alimenticias son construidos de ese modo.

Algunos padres exageran las dolencias de sus hijos o son los causantes directos de aquello por lo que acuden a la consulta médica (Síndrome de Munchaussen). Madres que no se apartan de sus hijos enfermos, son quienes inducen vómitos y diarreas, quienes falsifican sin escrúpulo las muestras que son entregadas a los médicos, con el objeto de obligar a los profesionales a que los sometan a tratamientos innecesarios y los retengan el mayor tiempo posible en los centros de salud. En muchas ocasiones, esta invención de la dolencia del hijo, que el menor se ve obligado a secundar, intenta salvar matrimonios que se encuentra en deterioro o tratan de convertir al adulto acompañante en el centro de atención del personal de la salud.

En 1962, el médico Henry Kempe definió el Síndrome del niño apaleado, que se aplica a las lesiones físicas provocadas por los padres y cuidadores de menores de edad. A esto se suman los síndromes de niños zarandeados, el maltrato emocional y otros abusos, incluidos los sexuales. Nada de esto puede ser nuevo, pero en la actualidad se ha desmitificado la imagen de unos padres que se desvelan por sus hijos, y unos niños frágiles e imprudentes, a quienes los adultos no logran preservar de la mala suerte o la imprudencia.

La engañosa imagen de la infancia como una etapa feliz de los seres humanos, plena de juegos y aprendizajes, libre de conflictos, en la que nada malo puede pasar, porque los parientes y maestros andan siempre cerca, se desvanece para dar lugar a otra probablemente más sombría y ajustada a la realidad. No se trata solo de un efecto perverso de la modernidad. En las sociedades llamadas primitivas se han observado conductas no menos perturbadoras de indiferencia y hostilidad hacia los niños, por aquello que tal no deseaban traerlos al mundo.

La actitud de las madres apaches respecto de sus hijos es asombrosamente inconsecuente. Suelen ser muy cariñosas y atentas en las relaciones físicas con sus hijos pequeños. Hay mucho contacto corporal. La hora de la alimentación viene determinada generalmente por el llanto del niño (…). Al mismo tiempo, las madres tienen muy poco sentido de la responsabilidad (…). Hay muchas madres que abandonan o ceden a sus hijos (…). A esta práctica los apaches le dan acertadamente el nombre de “echar al niño”. No solo se sienten muy poco culpables de este comportamiento, sino que a veces están francamente encantadas de haber podido liberarse de la carga. (L. Bryce Boyer: Psychological Problems of a Group of Apaches)”


Fuente:
http://garaycochea.wordpress.com/2011/05/31/madres-crueles-de-hijos-victimas/



"CASTIGOS ESCOLARES: APRENDIZAJE DE LA CRUELDAD"







“En 1830, Samuel Arnold, un padre norteamericano preocupado porque su hijo de cuatro años se resistía a aprender a leer, anotó para que no se le olvidara, aquello que de acuerdo a su buen criterio, se había visto obligado a hacer con el rebelde, tras encerrarlo desnudo en el sótano.

Acongojado y con el corazón en un puño, empecé a darle azotes… Durante esa tarea sumamente desagradable, sacrificada y enojosa, hice frecuentes interrupciones, (…) tratando de persuadir, (…) respondiendo a objeciones. Sentía toda la fuerza de la autoridad divina (…) como no he sentido en ninguna circunstancia de mi vida. Pero bajo la poderosa influencia del grado de airada pasión y obstinación que mi hijo había manifestado, no es extraño que él pensara que “Habría de ganarme la partida”, débil y trémulo como yo estaba, y sabiendo él que pegarle me hacía sufrir. (Samuel Arnold: An Astonishing Affair!)

Ya se sabe que los espartanos trataban sin miramientos a los niños, puesto que los hacían pasar hambre y frío, los azotaban por cualquier falta, en la certeza de convertirlos en soldados agresivos y al mismo tiempo obedientes a sus mandos (aquellos que sobrevivían). También los mexicas alimentaban mal a sus estudiantes y les permitían dormir poco, para que más tarde toleraran las dificultades de una campaña militar. En la Biblia, el tema del castigo corporal es aceptado (se ofrece como una herramienta que permite mejorar a los jóvenes) y al mismo tiempo es sometido a límites (porque los adultos suelen excederse en la administración de correctivos, como si hubieran estado esperando la oportunidad que les brinda el comportamiento desordenado de los niños para dar rienda suelta a un enojo que tiene otras causas).

Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo. (Proverbios, 22:6)


La posibilidad de castigar a los jóvenes para obligarlos a aprender a comportarse tal como sus instructores de más edad estiman que es lo correcto, nunca estuvo del todo fuera de la mente de los educadores de todas las épocas. La letra, de acuerdo a la frase que se atribuye a Apeles, con sangre entra. Los españoles agregaron: “Y la labor con dolor”, dando a entender que tampoco debía esperarse ningún trabajo placentero.

Roger Ascham (autor de The Scholemaster) en el siglo XVI y John Locke en el XVII (en el ensayo Algunos pensamientos sobre la educación), protestaron por la práctica del castigo físico a los escolares. La Revolución Francesa, que pretendía instaurar un nuevo orden, continuó recurriendo a los castigos que venían del Medioevo.

Francisco de Goya pintó la escena de una escuela elemental, hacia fines del siglo XVII, donde un maestro maduro azota las nalgas descubiertas de un estudiante de poca edad, el tercero deñ grupo que ha sufrido esa humillación durante la misma jornada. Según la opinión dominante en ese entonces, el adulto no debería ser considerado un pervertido, que halla satisfacción de carácter sexual cuando hace sufrir a los menores que le han sido confiados. En lugar de eso, habría que verlo como un profesional que cumple con la mayor escrupulosidad su deber.


En aquel hospicio pasó Oliver los diez primeros meses de su vida. Transcurrido ese tiempo, la junta parroquial lo envió a otro centro situado fuera de la ciudad, donde vivían veinte o treinta huérfanos más. Los pobrecillos estaban sometidos a la crueldad de la señora Mann, una mujer cuya avaricia la llevaba a apropiarse del dinero que la parroquia destinaba a cada niño para su manutención. De modo que, aquellas criaturas pasaban mucha hambre, y la mayoría enfermaba de privación y frío. (Charles Dickens: Oliver Twist)


El género de los estudiantes influye a veces en la reprimenda que sufren. Los varones suelen sufrir penas mayores que las niñas. Los australianos prohibieron en 1934 que se castigara a las niñas, pero se continuó reprimiendo de ese modo a los niños hasta 1995 en las escuelas públicas, mientras continúa practicándose en las privadas. Poco menos de la mitad de los estados norteamericanos permiten que se castigue de algún modo a los estudiantes.


¿Por qué castigar a los niños? Para domar sus iniciativas propias, como se acostumbra con los animales domésticos, aunque muchos de ellos aprenden más de un trato amable que del dolor. Durante siglos, padres y maestros se han pusieron de acuerdo en desatender cualquier queja de los estudiantes que se resistieran al maltrato. Un aprendizaje que no incluyera sufrimiento (incluyendo el tedio), no era serio, ni resultaba demasiado confiable, ni se aceptaba que fijara los conocimientos.
Si en la actualidad se supone que los jóvenes generan agresividad, resistencia y temores ante todo aquello que se relaciona con el dolor que se les infiere, en la educación tradicional se daba la espalda al hecho de que el primer aprendizaje suministrado por los métodos violentos suele ser el de la crueldad.


A los jóvenes solo se le dará de penitencia que hinquen de rodillas y por ningún motivo se los expondrá a la vergüenza pública, poniéndolos en cuatro pies o de otro modo impropio. (…) Por delitos graves, se les podrán dar seis azotes, de que no deberá pasarse, y solo por un hecho que pruebe mucha malicia (…) se les dará hasta doce, haciendo siempre el castigo separado de la vista de los demás jóvenes. (Gaceta Ministerial [de Chile]: 6/3/1819)

Aunque la pedagogía fuera monótona y previsible, había formas variadísimas de castigar a los estudiantes. Se los golpeaba, por ejemplo, con la palmeta, una vara de madera con la que se daba en las manos de los niños, extendidas para recibir la reprimenda. O con una férula, un instrumento medieval, parecido a una gran cuchara de madera, con agujeros que dañaban la piel que se incrustaba en ellos durante el castigo.

De acuerdo a la gravedad de la falta, se golpeaba la palma o el dorso de las manos o las yemas de los dedos. Cuando no se disponía de una palmeta, cualquier regla de madera o cinturón de cuero cumplían la misma función. Los latigazos eran tan frecuentes en las escuelas inglesas de mayor renombre, y causaban efectos tan ajenos al aprendizaje, que una perversión sexual de los adultos, que disfrutan al ser castigados o humillados, suele denominarse “vicio inglés”.

También se repartían cachetadas en la cabeza, como si fuera posible remover de ese modo cualquier resistencia mental a la asimilación de conocimientos. La eficacia de las humillaciones y la crueldad mental no eran desconocidas por los docentes. Un niño que no acertaba las respuestas, podía ser mandado a permanecer de pie en el rincón de los burros, donde se lo exponía a la burla de sus compañeros, dando la espalda a la clase y a veces ataviado con un bonete denigratorio, como el que aparece en Pinocho de Carlo Collodi.

Aquellos niños que utilizaban vocabulario impropio, eran sometidos a lavados de la boca con jabón. Los tirones de pelo y pellizcos de orejas tenían la ventaja de no dejar huellas acusatorias. Finalmente, si un estudiante se quejaba a sus padres y ellos se atrevían a protestar, al maestro le quedaba el recurso de negar cualquier abuso (incluyendo los sexuales) como el producto de una imaginación enferma del joven.

De los castigos recibidos por los escolares, no cuesta mucho pasar a los castigos efectuados por los escolares que aprendieron la lección de familiares y maestros. La prensa recoge en la actualidad noticias de niños que enfrentan a docentes con armas blancas o (lo más frecuente) que se vuelven contra sus mismos compañeros en las escuelas, para humillarlos y golpearlos de la peor manera, también para registrar sus desmanes con las cámaras de video incluidas en sus teléfonos celulares y subir la escena a Internet”.


Fuente:
http://garaycochea.wordpress.com/2010/09/21/castigos-escolares-aprendizaje-de-la-crueldad/