jueves, 29 de marzo de 2012

Cruz Salmerón Acosta




Salmerón Acosta, Cruz
(Guarataro, Sucre, 1892 – Manicuare, Sucre, 1920)

“Soy hombre porque soy libre,
y soy libre porque he decidido
someterme al rigor de un dolor interminable”.
C. M. Salmerón Acosta

Conocido como “el poeta del martirio”, Cruz María Salmerón Acosta sufrió la
penuria de una terrible enfermedad, el mal de Hansen o lepra, que afectó
su vida desde temprana juventud. El poeta vivió un aislamiento voluntario en la
desolada playa de Manicuare. Allí se refugió en una pequeña casa construida en lo
alto de una colina, en donde pasó los diez últimos años de su vida. La habitación, de
una cama sencilla, también tenía una bañera de cemento para que el poeta pudiera
bañarse cuando la invalidez le impidiera hacerlo en las aguas del mar. Allí, postrado, sin poder levantarse del lecho, escribió –dictó– hermosos poemas que transitan desde el amor más intenso y sublime hasta la más profunda tristeza y soledad.
Obtuvo el título de bachiller en el año 1910. Con apenas 18 años de edad inicia
la carrera de derecho, en la Universidad Central de Venezuela, pero en 1913, el
dictador Juan Vicente Gómez ordena su clausura y el poeta regresa a su pueblo
natal, sin haber podido culminar sus estudios.
En el año 1911 escribió su primer poema dedicado a su inseparable amigo, el
también poeta, José Antonio Ramos Sucre. La enfermedad lo destinó a la soledad.
Ser leproso en aquellos tiempos era exponerse al más absoluto desprecio por
temor al contagio. Comienza entonces su aislamiento, y con él, la renuncia a
todo lo que amaba. Su vida estuvo signada por la desgracia, el diagnóstico de
su enfermedad, la muerte de una hermana y el asesinato –ordenado por el jefe
civil de la localidad- de un hermano, marcaron para siempre la vida del poeta. El
pueblo tomó la venganza del crimen y muchos fueron perseguidos y enjuiciados.
En consecuencia, Salmerón Acosta sufrió también los rigores de la prisión.
Fundó en 1913, en colaboración con José Antonio Ramos Sucre, la revista
literaria Broche de oro, y allí publicó la mayor parte de su poesía, cuyo contenido
y rasgos formales se enmarcan en la etapa de transición entre el clasicismo, el
modernismo y el romanticismo.
Los temas predominantes en sus poemas son el tormento, la esperanza, el amor,
el pesimismo y la muerte, tópicos que acercan su escritura a la corriente romanticista venezolana. Fue un poeta de sentimiento profundo, que cantó en sonetos
bellísimos a la amargura del amor restringido por las penurias, pero también al
azul eterno y al inmenso mar de su limitado paisaje.
Para el año de 1923 otro poeta cumanés regresa a su terruño de regreso de
Madrid. Se trata de Andrés Eloy Blanco, quien llega triunfante con su Canto a
España en un buque que se aproxima por el golfo de Cariaco. Desde su solitaria
ribera, Cruz Salmerón le declama el poema Bienvenida, el cual escribe y se lo
envía con un pescador de la localidad.
En 1952 se publicó por primera vez una recopilación de su obra lírica, con un
prefacio de Dionisio López Orihuela. Con el título de Fuente de amargura, esta
obra aparece como el volumen VI de las ediciones gratuitas de la línea Aeropostal
Venezolana.
Hoy en día, la casa donde pasó su destierro el poeta Cruz Salmerón Acosta y la
casa donde vivieron sus padres se conservan como testimonio de una vida excepcional,
que supo inmortalizar su desamparo en la palabra, inmensa y serena
como el eterno azul del mar.
Fue colaborador en publicaciones como: Satiricón, La U, Claros del Alba, Élite y
Renacimiento, de Cumaná. También escribió para El Universal y El Nuevo Diario,
de Caracas. Escribir poesía, para este intenso poeta, fue anhelar amor y elevar
una plegaria. Su vida estuvo signada por una fuerte energía creadora y una
profunda espiritualidad.

Mirándonos

Entre tus ojos de esmeraldas vivas
te miro el alma, de ilusiones llena,
como entre dos cisternas pensativas
se ve del cielo la extensión serena.
El colibrí de tu mirada riela
sobre el agua enturbiada de mis ojos,
y de tus célicas mejillas vuela
un crepúsculo rosa de sonrojos.
Hilo por hilo la ilusión devana
y urde sueños de fina filigrana
la araña de mi vaga fantasía.
Porque cuando me miras y te miro
sale volando tu alma en un suspiro
y embriagada de amor cae en la mía.

Cruz Salmerón Acosta

Diccionario de Personajes venezolanos
María Elena Gómez Dávila
Editorial Larense, 2010

miércoles, 28 de marzo de 2012

“Cuanto más inteligente sea la computadora, más tonto será el usuario”



Escrito por Lito Ibarra el 2012/03/25
en su blog:http://blogs.laprensagrafica.com/litoibarra/?p=1819

"Por decir lo menos, la frase en el título es polémica y hasta un poco insólita. Es apenas una muestra del tipo de reflexiones contenidas en el libro “Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”, de Nicholas Carr. Éste es el mismo autor que generó tantos debates cuando en 2004 publicó su libro “IT doesn’t matter” (traducido como “Las Tecnologías de la Información ¿Son realmente una ventaja competitiva?”), sosteniendo la tesis de que las TIC ya no deben considerarse un elemento diferenciador en las empresas, puesto que son tan esenciales como la energía eléctrica y el agua para operar cualquier negocio.

En esta nueva publicación, editada en español en 2011, Carr explora, documenta y reflexiona sobre los cambios que nuestra continua interacción con Internet está provocando en nuestros cerebros, incluso fisiológicamente.

Los indicios que aparecen documentados en esta publicación pueden darnos pauta para reflexionar y, si encontramos la forma, anticiparnos a los retos que se plantean respecto a la conversión de nuestros cerebros y habilidades para reflexionar, analizar, meditar y sentir. La vasta documentación incluida debe, al menos, hacernos revisar algunas de las aseveraciones que hasta hoy hemos dado por sentadas.

La relación con nuestras herramientas

Cuando tomamos un martillo, éste se convierte en parte de nuestra mano, en una extensión que nos permite dar golpes con mayor fuerza que con nuestro puño. Por otro lado, mientras lo tengamos sostenido, nuestra mano solamente puede martillar. Esta relación simbiótica y en doble sentido es lo que nos sucede con cada herramienta, dispositivo e invención que hemos creado a lo largo de la historia.

Nadie niega los beneficios del uso de estas herramientas, entre las que las computadoras y los programas que ejecutamos en ellas ocupan un lugar especial por su versatilidad y gran flexibilidad. Lo que debemos cuidar es el efecto de la herramienta en nosotros.

Algunos elaborados experimentos, como los conducidos por el holandés Christof van Nimwegen, parecen demostrar que mientras más útil y servicial es un programa de computadora respecto a las tareas que el humano debe realizar, orientándole continuamente en sus posibles respuestas y acciones, menos capaces se vuelven los usuarios de resolver problemas por propia cuenta. Es como si nos acostumbramos a que alguien (o algo, en este caso) haga las tareas de pensar por nosotros.

La conclusión Van Nimwegen es que “a medida externalizamos la resolución de problemas y otras tareas a nuestras computadoras, vamos reduciendo la capacidad de nuestro cerebro para construir estructuras estables de conocimientos que luego puedan aplicarse a nuevas situaciones”.

La reducción de nuestra autonomía

Adicionalmente, aunque Internet nos abre un amplio mundo de posibilidades, de información y de nuevas formas de aprender, también es verdad que nos impone un guión, una forma de hacer las cosas y una estructura mental que no hemos decidido nosotros. Seguir un vínculo proporcionado por Google, hacer click en “Me gusta”, limitarnos a 140 caracteres para expresar una idea, son conceptos y acciones que seguimos, aunque no hayamos participado en su concepción y ni siquiera conozcamos su razón de ser.

El mismo McLuhan, teórico de las comunicaciones, advirtió hace tiempo que nuestras herramientas acaban por adormecer cualquiera de las partes que amplifican. Gracias al telar, los tejedores producen más tela que a mano, pero pierden la sensación de contacto con el hilo. Los agricultores pueden arar más extensiones de tierra gracias a los tractores, pero dejan de tener el contacto con la tierra. Nuestros cerebros encuentran información y datos más fácilmente en Internet, pero aletargan su capacidad de búsqueda y análisis.

Incluso la empatía, la solidaridad y la compasión pueden verse erosionados en la humanidad que utiliza intensivamente las tecnologías y la conectividad a Internet, ya que, de acuerdo a investigaciones recientes de Antonio Damasio y Mary Helen Immordino-Yang, es necesario permitir un tiempo a nuestras mentes para que analicen y experimenten las emociones más profundas de la empatía, entendiendo y sintiendo las “dimensiones psicológicas y morales de una situación”.


¿Entonces, qué hacemos?


No se trata de deshacernos de estas poderosas herramientas, pues el servicio que nos prestan es incuestionablemente útil y eficiente, en prácticamente todas las tareas en que las hacemos participar.

En primer lugar, es importante que, independientemente de si aceptamos o no lo que los experimentos y reflexiones de neurocirujanos y otros pensadores como Carr nos dicen, al menos conozcamos esas posiciones y esa documentación.

En segundo lugar, siempre es bueno un poco de autocrítica y análisis respecto a lo que hacemos con estas tecnologías: ¿Será que necesitamos estar conectados absolutamente todo el tiempo? ¿Podemos establecer una rutina de conexión y desconexión? ¿Tenemos tiempo para reflexionar y analizar lo que sea: desde la situación política hasta nuestras creencias religiosas o filosóficas? ¿Podemos concentrarnos en un tema por más de una hora? ¿Leemos un libro largo con placer?

Y sobre todo, ¿qué tipo de nueva generación estamos formando? ¿Serán capaces nuestros hijos de reflexionar, analizar, abstraerse, darse tiempo para sentir empatía y solidaridad?

¿Quién está a cargo: nosotros o nuestros dispositivos de conectividad?

Fuente: http://blogs.laprensagrafica.com/litoibarra/?p=1819