miércoles, 17 de agosto de 2011

Preguntas de un obrero ante un libro. Bertolt Brecht




Tebas, la de las Siete Puertas, ¿Quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿Quién la volvió a construir otras tantas?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla China,
¿adónde fueron los albañiles?
Roma la grande está llena de arcos del triunfo. ¿ Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse su flota.
¿No lloró nadie más?
Federico II venció la Guerra de Siete Años.
¿Quién la venció, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la vistoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba sus gastos?
Una pregunta para cada historia.


Preguntas de un obrero ante un libro. Bertolt Brecht
(1934, del libro Historias del Calendario , 1939)



Bertolt Brecht
(Alemania, 1898-1956)

“Poeta, director teatral y dramaturgo alemán, cuyo tratamiento original y distanciado de los temas sociales y de los experimentos revolucionarios ha influido enormemente en la creación y en la producción teatrales modernas….”

Para leer más: http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1497

lunes, 15 de agosto de 2011

Inger Enkvist: “Hoy el alumno quiere aprender sin hacer ningún esfuerzo”





Inger Enkvist: “Hoy el alumno quiere aprender sin hacer ningún esfuerzo”
Desde Suecia anda recorriendo el mundo comparando los sistemas educativos. La profesora Enkvist ataca las “nuevas pedagogías” que promueven el facilismo en la escuela y propone un retorno a la educación clásica sin por ello negar las nuevas tecnologías.

La profesora Enkvist antes de hablar sobre su pasión, la educación, nos advierte: “Me dirán de todo por lo que pienso, me llamarán reaccionaria y esas cosas, pero alguien tiene que intentar defender a los chicos que no se pueden defender por sí solos”.

A partir de allí, en entrevista con Los Andes, empieza su feroz diatriba contra lo que denomina las “nuevas pedagogías”:

-Son las que se fueron imponiendo desde los años ‘70, con la idea de que el profesor no tiene por qué estar enseñando, estructurando el conocimiento o exigiendo, sino que la educación puede ser más libre, más divertida y que el alumno pueda elegir lo que quiere estudiar, el orden en que lo quiere hacer y que los exámenes -en realidad- no son tan necesarios porque los chicos aman tanto el conocimiento que lo buscarán a su tiempo y por el camino que les convenga.

-¿Qué cambios en la teoría educativa trajeron estas nuevas pedagogías?

-Todo se resume en una fórmula: colocar al alumno en el centro del proceso educativo. Algo que de tanto repetirse suena como muy inocente pero en realidad engloba un reto total a la educación tal cual la conocemos.

-¿Cuál educación?

-La educación de antes, tradicional, clásica, que era una especie de torre donde los estudiantes estudian el primero, segundo curso y así van avanzando. No sólo por la edad sino también por saberes. Es algo estructurado donde un profesor que enseña a un chico de 13 años sabe que éste ya adquirió ciertos conocimientos y entonces sigue desde ahí, no desde cero. Hay también exámenes para obligar a los alumnos a aprender ciertas cosas antes de continuar.

-¿Qué cambios trajo la nueva pedagogía?

-Ella supone un cuestionamiento total a esto; en ella el profesor debe acercarse al alumno y elaborar un programa individual para cada uno. Toda la obligación recae en el profesor, que debe inventar programas… multivalores… interesantes… individualizados y.... actualizados. Además el que evalúa -por lo menos idealmente- es el alumno. Con eso lo que se logra es que el chico sólo quiera aprender lo que no le cuesta ningún esfuerzo.

Con esos estudios que, por sobre todo, buscan ser atractivos, el chico basa sus juicios en caprichos personales, prefiere la irracionalidad al análisis o autoanálisis y cree tener derecho a pronunciarse sobre todo, porque cree que su opinión vale como cualquier otra opinión. Tiene una actitud absolutamente antieducativa: esto es lo que genera un sistema que coloca al alumno en el centro de la educación.

-¿El centro debería ser el maestro?

-No, el centro debería ser el aprendizaje y tanto el maestro como el alumno deberían concentrarse en el aprendizaje, porque la escuela la hemos construido para eso. Invertimos en ella para que los alumnos aprendan y el maestro los ayude. Pero hoy los alumnos dicen: “Si el maestro me gusta estudio, pero hay maestros que no me gustan, entonces dejo de estudiar con ellos”.

También dicen: “Algunas materias me atraen, pero otras no me interesan y no las estudio”. Que la sociedad haya determinado una cierta combinación de conocimientos donde algunas cosas les guste y otras no, los tiene sin cuidado. Estudian lo que quieren, nada más. Pero eso sí, quieren el certificado de estudios totales. No quieren hacer el esfuerzo pero quieren la recompensa.

-Yo quisiera la educación de nuestros padres más un plus. Pero usted parece proponer sólo volver atrás y punto.

-No, en la Argentina una parte de la reforma quizá sería volver atrás, pero muchos países -como Finlandia o Estonia- hoy tienen un excelente nivel educativo porque aplican la actitud seria que tenían antes los países más avanzados, también ustedes. Por eso deben volver atrás sólo los que se han equivocado mucho, porque otros países están subiendo, subiendo, subiendo.

-El autoritarismo, la falta de diálogo, la relación distante con el maestro, todas cosas que antes proliferaban en la escuela clásica ¿no son también razones de la nueva pedagogía que quiere mayor diálogo y menos autoritarismo?

-No lo creo. Voy a provocarlo un poco con mi respuesta (risas) porque lo que usted me pregunta es un planteamiento político que han introducido en el colegio. Está muy bien oponerse al autoritarismo en la sociedad, entre adultos y a nivel político.

Pero es un gran error decir que un joven en camino de abrirse al mundo y de encontrarse a sí mismo no necesita una guía. La meta de la escuela es que los alumnos adquieran conocimientos para convertirse en personas autónomas que no sean autoritarios ni tampoco acepten el autoritarismo en otras personas, pero para llegar a tener ellos necesitan saberes, también necesitan un cierto control sobre sí mismos, formular un plan y cumplirlo.

-¿La educación anterior daba todo eso?

-No lo daba plenamente, pero es un argumento que siempre se pone como excusa, o que había muchos profesores autoritarios... Claro que no era siempre buena la educación antes, pero lo que se debería dejar de lado es un poco las grandes palabras y preguntarse con qué sistema aprenden mejor los alumnos para llegar a ser adultos competentes, buenos ciudadanos, con una visión relativamente optimista de la posibilidad de colaborar en la sociedad. Eso es lo que queremos.

Lo más fácil para evitar las trampas ideológicas es comparar qué colegio tiene el mejor resultado. Pero ahora seguro que me preguntará lo mismo que todos me preguntan llegado a este punto

-¿Qué debería preguntarle?

-Si sólo son importantes los conocimientos, si la escuela no debe ofrecer otras cosas: actitudes, valores. Claro que sí, le respondo antes que me lo pregunte. Pero en todo el mundo las escuelas con éxito logran buenos resultados académicos no sólo inculcando saberes sino también con un buen ambiente y un respeto hacia el alumno.

Porque si no hay un respeto hacia el alumno tampoco se logran buenos saberes, así que no hay una oposición y sólo los que quieren dar un rodeo para minimizar la importancia del conocimiento, no ven eso.

-En la Argentina, la ideología que gobernó los ‘90 fue neoliberal y hoy los que gobiernan dicen ser su antípoda, pero el plantel educativo y sus ideas han sido los mismos en ambas épocas... antes eran asesores, ahora ministros, pero en general todos defienden la pedagogía que usted critica. ¿Por qué cree que ocurre eso?

-Mi explicación es -sin conocer exactamente la situación aquí- que los departamentos, el mundo de la pedagogía ha sido (suena un poco brutal, pero debo decirlo) tomado por grupos políticos. Son grupos políticos aunque se presenten ante la sociedad como científicos, porque sus propuestas son mucho más políticas que educativas. Cuando no había comparación internacional de resultados educativos, nadie podía contradecirlos porque ellos eran los expertos. Pero ahora se están viendo sus fracasos.

-Varios de ellos creen que hoy la escuela debe ser el último baluarte de la resistencia al neoliberalismo y seguro que a usted la criticarían por buscar introducir el neoliberalismo en la escuela...

-Sí, precisamente así hablan, y esto muestra que son políticos. En vez de poner el conocimiento en el centro del proceso educativo, ponen la política, entonces hacen de la educación una instrucción, una doctrina, más que una formación libre. Vacían la educación de contenidos para poner allí un contenido político.

-¿Puede haber educación sin política?

-Sí, y tanto es así que los que hacen política con la educación saben en su interior que están intentando engañar a la sociedad. ¿Cómo se lo pruebo? Porque la mayoría de ellos suele poner a sus hijos a estudiar en colegios que enfocan en el conocimiento. Ésa es la mayor perversidad: averigüe si no dónde ponen a estudiar sus hijos la mayoría de los socialistas españoles: en un colegio muy famoso que llaman del Pilar.

En Inglaterra, Blair llevó sus hijos a un colegio católico; los dirigentes franceses, igual, igual, igual. O sea, cuando se trata de sus propios hijos muestran lo que realmente piensan. Para ellos no quieren política, sino educación.

-¿Puede haber una síntesis entre lo que se hizo en las nuevas pedagogías con lo anterior, o hay que empezar todo de nuevo?

-Empezar de cero es una tontería. No se trata de cambiar los planes de estudios. Lo más importante sería mejorar el nivel de los profesores, la formación docente y luego introducir un poco más de exigencias en el sistema. No se trata de cambiar todo de golpe sino de hacer pequeños cambios en todos los frentes a favor de la calidad. El deterioro ha sido lento y la recuperación será lenta también.

-Antes en la escuela se aprendía, pero afuera no había conocimiento o había poco, pero ahora hay información por fuera y cada vez más... La escuela tradicional ¿se podrá adaptar a esta sociedad del conocimiento o de la información?

-Esto que usted dice tiene algo de verdad. Hay varias cosas que son nuevas: primero hoy el alumno puede aprender fuera de la escuela, es muy posible. Puede aprender también sin el profesor.

Pero una de las especificidades de la educación escolar es que el profesor organiza el trabajo de aprendizaje, corrige los los malentendidos, propone una progresión lógica que ayuda al niño a cumplir con esfuerzo y llegar a la meta, mientras que el conocimiento que uno adquiere afuera, individualmente o por Internet es fragmentario.

La mayoría de las personas hoy manejamos ordenadores, lo cual es relativamente fácil y eso lo demuestran los chicos que aprenden a manejarlos solos y en su casa. Pero manejar un computador no es lo más importante. El verdadero problema es adquirir saberes que piden un esfuerzo largo, como las matemáticas o la lengua extranjera o las cronologías históricas o las relaciones entre causa y efecto en física, biología, etc.

-Terminemos con una definición filosófica, ¿cuál es para usted la relación entre educación y naturaleza humana?

-Mucha de la nueva pedagogía dice que el niño aprende naturalmente en su entorno. Un niño pequeño sí, aprende a caminar o hablar y aprende del ambiente, pero no es natural saber biología.

Es muy difícil adquirir ese conocimiento desarrollado por siglos. Si queremos tener esos saberes -bueno- debemos pasar por el aprendizaje. No hay otra manera. Y esto no es natural, ya que pensar que un niño sin ningún interés especial por alguna materia de pronto se meta a aprender biología, no tiene nada de realismo.




Fuente: http://www.losandes.com.ar/notas/2009/8/16/opinion-440693.asp

Johann Friedrich Herbart (1776-1841)





Johann Friedrich Herbart
(1776-1841)

Nación en Oldemburgo (Alemania), en mayo de 1776. Sus primeras enseñanzas las recibió en su casa con un maestro privado. Ingreso al Colegio Humanista de su ciudad y realizó estudios universitarios en Jena. Fue profesor de filosofía en Gotinga, y en Königsberg se hizo cargo de la cátedra que ocupara Kant. Después de una vida entregada por completo a las tareas académicas falleció en Gotinga, en agosto de 1841.
En Gotinga se recibió como doctor, con tesis exclusivamente pedagógicas y se inició en la enseñanza en la Universidad de ese lugar como privat-docente y después como profesor extraordinario. El filósofo y pedagogo alemán, conocido como el padre de la pedagogía científica basada en la psicología, es el constructor del primer sistema de la teoría educativa. Señala tres funciones esenciales para lograr el fin de la educación (carácter moral): el gobierno, la instrucción y la disciplina y afirma que el “interés es el concepto cardinal de la instrucción “. Aquí intervienen los cuatro pasos o grados formales de la enseñanza:

• Etapa de la claridad o de la mostración del objeto
• Etapa de la asociación o comparación
• Etapa de la sistematización
• Etapa del método o la aplicación
Una de las obras más importantes de Herbart es:
• Pedagogía general derivada del fin de la educación (1806).
• Elementos esenciales de la metafísica (1806)
• Filosofía práctica general (1808)
• La psicología como ciencia, con nueva fundamentación en la experiencia, la metafísica y la matemática (1824)
• Metafísica general con los primeros elementos de una filosofía de las ciencias naturales (1829).


“Promotor de la pedagogía científica fundada en la psicología, el filosofo, pedagogo y educador alemán Jean Frédic Hebart creó un sistema de educación cuyos principios y métodos de enseñanza se basan en la experiencia.

La educación, tal como Herbart la concibe, aspira sobre todo a formar a la persona humana. Es una educación con un alto sentido ético que, orientada hacia el desarrollo completo de la libertad interna, proclama la moralidad y la virtud como fines supremos de la instrucción”.

“…las ideas de Juan Federico Herbart, quien basa sus principios en la vida espiritual y define la personalidad de acuerdo en los valores morales del individuo. En cuanto a su metodología considera que el interés es el requisito indispensable para el aprendizaje. Primera condición para que la enseñanza sea productiva y motive al estudiantes a descubrir la verdad, la belleza y el bien. Sus más importantes aporte a la educación preescolar está constituido por la formación de una secuencia de actividades en busca del conocimiento”.


Fuentes:
http://www.espaciologopedico.com/tienda/detalle?Id_articulo=547
http://pedagogia.mx/juan-federico-herbart/
http://www.fum.edu.co/snies/inst/Unidades/Biblioteca/raes/RAES/86.htm


Johann Heinrich Pestalozzi



Johann Heinrich Pestalozzi en Yverdon-les-Bains




Michel Soëtard Profesor de filosofía de la educación y de historia de las ideas pedagógicas en la Federación Universitaria y Politécnica de Lille (Francia). Profesor invitado en las universidades de Würzburg (Alemania) y de Padua (Italia). Miembro del Consejo de la Asociación Mundial de Ciencias de la Educación y del Comité Ejecutivo del Instituto para la Formación Europea. Autor de Pestalozzi ou la naissance de l’éducateur, Pestalozzi y Rousseau (colección “Les Grands Suisses”). Ha colaborado en varias obras y ha escrito numerosos artículos sobre historia de la pedagogía y problemas actuales de la educación para revistas alemanas, suizas, francesas e italianas.




JOHAN HEINRICH PESTALOZZI (1746-1827)
Por: Michel Soëtard

El texto que sigue se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación
comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIV, nos 1-2, 1994,págs. 299-313.
©UNESO: Oficina Internacional de Educación, 1999
Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente


“El nombre de Pestalozzi se cita muy a menudo, pero pocos lo leen y se sigue conociendo muy mal tanto su obra como su pensamiento: se suele aludir a la imagen serena del “gran corazón materno” o del “padre de los pobres”, mientras que Pestalozzi fue un pensador y ante todo un apasionado hombre de acción. Padre de la pedagogía moderna, inspiró directamente a Fröbel y Herbart, y su nombre está vinculado con todos los movimientos de reforma de la educación del siglo XIX. Pero es cierto, que su obra escrita no es de fácil acceso. Abundante, inacabada, escrita en todos los estilos y registros, constituye un desafío permanente al espíritu cartesiano.

Creo que para establecer la actualidad de Pestalozzi hoy día, deberemos esforzarnos por interpretar los momentos fundamentales de su existencia de hombre y pedagogo a la luz de las preocupaciones actuales. Encontraremos los sueños y las ilusiones que resaltaban en el momento del nacimiento del pensamiento educativo y que no dejaron de configurarlo hasta nuestros días. Pero hallaremos sobre todo a una persona que, después de que su sueño filantrópico se malograra en una primera experiencia, supo esforzarse para captar toda la dimensión histórica de la idea educativa, y arraigarla en una actitud pedagógica que se convirtió en la razón de ser de toda una existencia.

La experiencia fundadora: El NeuhofEn el comienzo todo se redujo a una experiencia que terminó catastróficamente. Pestalozzi adquirió en Argovia una propiedad llamada Neuhof y a comienzos de los años 1770 acogió a los niños pobres de la vecindad a los que hacía trabajar en el hilado y el tejido del algodón; el producto de su trabajo serviría para financiar su formación. Para esa época se trataba de una empresa educativa absolutamente original, basada en el trabajo administrado por los propios niños. Para Pestalozzi esa experiencia fue el último avatar de un importante sueño de juventud.
Pestalozzi comenzó por compartir las interrogaciones y agitaciones de los jóvenes
activistas en búsqueda de un nuevo orden social. El joven Pestalozzi, rompiendo con el sistema educativo de su ciudad natal que, a pesar de ser considerado como uno de los mejores de Europa estaba demasiado comprometido con un régimen político que reservaba los derechos esenciales a los habitantes de la ciudad y privaba completamente de los mismos a los del campo, prefirió frecuentar los círculos estudiantiles donde se debatían libremente los verdaderos problemas de la ciudad. Incluso atacó ocasionalmente a ciertas personalidades corruptas, como consecuencia de lo cual fue encarcelado por algunos días a fines de enero de 1767.

Se vinculó estrechamente con los medios pietistas de Zurich, cuyos miembros se
esforzaban por vivir un cristianismo práctico, lejos de la “religión del verbo”, de las imposiciones dogmáticas y de los compromisos políticos. Tuvo especialmente presentes las realizaciones de los anabaptistas y de los Hermanos Moravos que en diversas regiones y siguiendo las huellas dejadas en Halle por el prestigioso Waisenhaus de Francke, realizaban experiencias de formación vinculadas con el trabajo agrícola e industrial. Pero será su compatriota Rousseau quien dio un impulso decisivo a Pestalozzi, que durante toda su vida tuvo el Emilio como libro de cabecera, y que un año antes de su muerte hablaba de su autor como el “centro de acción del antiguo y del nuevo mundo en materia de educación”, el que “rompió... las cadenas del espíritu y devolvió al niño a sí mismo, y la educación al niño y a la naturaleza humana”.

Por consiguiente , la empresa del Neuhof estuvo impulsada por el gran sueño de rehacer una humanidad autónoma, lejos de la civilización urbana y de las discusiones estériles de los jóvenes aristócratas. Pestalozzi se convirtió en un pobre entre los pobres y se ocupó de hacerles descubrir en su propia condición los instrumentos de su liberación, en este caso el salario industrial: en efecto, la propagación del hilado y el tejido del algodón en los campos procuraba a las familias campesinas un medio de subsistencia estable que nunca pudieron obtener de la agricultura. Pero era necesario que los interesados supiesen dominar la nueva fuente de beneficios y que, una vez roto el vínculo con la naturaleza nutricia, los hombres asumiesen toda la dimensión humana de esa emancipación. Así, el Neuhof se esforzó por lograr simultáneamente un doble objetivo: introducir a los niños en la racionalidad económica y, al mismo tiempo, contribuir a que cada uno de ellos desarrollara su personalidad autónoma dentro de una sociedad de libertad y responsabilidad.
La experiencia pedagógico-industrial pronto tropezó con dificultades insuperables y se declaró en quiebra en 1780. Esto suele atribuirse a causas externas, pero ello equivaldría a olvidar que Pestalozzi reivindicó siempre la responsabilidad de su fracaso inicial, y conduciría sobre todo a no tener en cuenta un elemento decisivo para comprender su evolución ulterior que, hasta las Recherches sur la marche de la nature dans le développement du genre humain (Investigaciones sobre el curso de la naturaleza en el desarrollo del género humano) de 1797, la elaboración del Método y el apogeo de Iverdon, puede interpretarse como un esfuerzo por superar las contradicciones que habían malogrado la experiencia del Neuhot. Además, en el curso de esta experiencia se plantearon la mayoría de los problemas que más tarde no dejarán de ser objeto de las preocupaciones de la educación llamada “nueva”, en sus componentes más notables, en particular los que se vincularán con el trabajo industrial.

Toda la empresa se basa en el trabajo social, concebido como el instrumento decisivo
de desalineación del proceso educativo: al financiar su propia formación con el producto de su labor, los niños no deberán nada a nadie. Pestalozzi no tarda en comprobar, sin embargo, que en la realidad esta visión filantrópica del trabajo también debe tener en cuenta un medio socioeconómico que impone a la pequeña empresa tales exigencias de rentabilidad que éstas terminan por imponerse a los objetivos educativos de la misma. Cuando oye que los niños añoran la época en que corrían libremente por el campo, el maestro del Neuhof se ve obligado a revisar el concepto según el cual el trabajo es algo natural al hombre.

Apuesta por el interés de sus discípulos en una experiencia centrada en el bien de cada uno y en el de todos, pero pronto deberá admitir que el interés sigue siendo una realidad relativa y muy arraigada en el deseo egoísta de cada uno: así, no puede impedir que en cualquier momento los padres vengan a retirar al hijo que ha recobrado fuerzas, está vestido con ropa nueva y sobre todo, está en condiciones de aportar a la familia un salario que no tiene por qué ir a alimentar una bolsa ajena.
Pestalozzi se halla entonces en una posición institucional insostenible: el que sinceramente quiere dar a cada niño los instrumentos de su autonomía se ve obligado
constantemente a someter a esos mismos niños a las exigencias de la rentabilidad, y su discurso filantrópico, que mueve todos los resortes de la moral y la religión, finalmente se percibe como un insoportable chantaje en aras de la productividad. Es así como el más generoso de los hombres, que invirtió en la experiencia toda su fortuna, es acusado por los primeros interesados de buscar ante todo en el asunto ... su propio interés.

En el fondo, según la fórmula que utiliza en el Diario de 1774 sobre la educación de su hijo Jakob, Pestalozzi querría “unir lo que Rousseau ha separado”: la libertad y la obligación, el deseo natural y la ley que todos quieren para todos. Pero el propio Rousseau había señalado que esa coexistencia ideal se quebrantaría inevitablemente al primer intento de realización.

Pestalozzi también comprueba en su fracaso la paradoja expuesta en el Libro I del Emilio: que no pueden unirse en un mismo proyecto de educación del hombre (libre) y la del ciudadano (utilizable). Por lo menos, de todos los discípulos más o menos fieles de Rousseau, Pestalozzi tuvo el mérito de haber intentado realizar el Emilio en toda su fuerza paradójica, y de ese modo estuvo en condiciones de superar, llegado el momento, las fecundas contradicciones de la obra de Rousseau.
Pestalozzi debió resignarse entonces a ser el testigo impotente del fracaso de su experiencia debido a múltiples manifestaciones de egoísmo. Pero lejos de renunciar a su proyecto fundamental y de someterse pacíficamente al conformismo social, emprenderá un esfuerzo notable para arraigar, a despecho de todos, la voluntad de autonomía en esa realidad social que lo había rechazado en un primer momento. Esta reflexión le hará apreciar con mayor claridad aún la medida del acto educativo, de la educación como acción en el centro de una sociedad que no está segura de cuáles son sus fines.

El educador en tanto que educadorLos analistas de la obra de Pestalozzi no se han intersado mucho por el período que separa el fracaso de Neuhof (1780) de la nueva experiencia de Stans (1799). Sin embargo, ese período se caracteriza por una mutación decisiva de su universo intelectual y de su acción que hará nacer, de las ruinas de su primera experiencia, un nuevo tipo de hombre que se definirá como tal: el educador.
Esta reflexión no cesa de arraigarse en la experiencia de su protagonista. Bien es cierto que la aventura del Neuhof lo desacreditó durante mucho tiempo ante los educadores serios, pero la escuela que crea en su novela de los años 1780, Léonard et Gertrude, y luego en la versión modificada de 1790-1792, se asemeja cada vez a una especie de experiencia simulada;7 experiencia también del destino dramático de su hijo Jakob, a quien había querido convertir, en el Neuhof, en una caracterización histórica del Emilio y que, habiéndose alejado de su padre después del fracaso del instituto, retorna un día de 1787 quebrantado por las crisis nerviosas y víctima de la paradoja de Rousseau; así como experiencia de la gran conmoción social de 1789, réplica macrocósmica de lo que Pestalozzi había querido hacer en el Neuhof; su consagración en agosto de 1792 como ciudadano honorario de la Revolución Francesa; la imposibilidad de hacer oír su voz de pedagogo; su decepción ante la manifestiación de los egoísmos democráticos... a través de todos estos acontecimientos Pestalozzi llega a un intenso período de clarificación que alcanza su apogeo en el texto teórico primordial de 1797: Investigaciones.

No resulta fácil resumir en unas pocas líneas esa efervescencia del pensamiento.
Felizmente disponemos de una carta fechada el 1 de octubre de 1793 que Pestalozzi dirige a su confidente de esa época, Nicolovius, y donde, a la luz de los acontecimientos pasados y presentes, resume la evolución que está viviendo.8 De este modo revela que en lo más profundo de sí mismo, su reflexión y su acción se encontraban bajo el influjo de dos fuerzas contrarias: Según dice, al comienzo fue víctima inconsciente de un “sueño de educación” que se nutría de “desaciertos económicos”, que se explicaban en definitiva en un profundo “error” sobre la naturaleza del hombre. Ese es el significado de lo que ocurrió en el Neujof: una ingenua confianza en el milagro de la industria y, asimismo, en la capacidad del hombre para dominarla espontáneamente; una creencia profunda en una libertad natural de los hijos de Dios y en la virtud de una educación que se limitaría a acompañar el movimiento de la naturaleza.

Es interesante la manera como relaciona ese primer error con el segundo que lo absorbió totalmente durante el periodo siguiente. En adelante, con la voluntad apasionada de llegar a conocer esa realidad humana que se había impuesto a su gran idea, se dedicará a la pedagogía científica: prueba de ello son esas escenas de observaciones cotidianas y esa aritmética de los comportamientos con que aconseja y dirige los trabajos prácticos del preceptor Petersen; también lo prueba la actitud del maestro Gluphi que, de una versión a la otra de la novela, se muestra cada vez más preocupado por conocer a los hombres tal como son y, como laico positivista, remite al pastor sus sueños de humanidad.

A estas dos concepciones del hombre se viculan otros tantos proyectos educativos,
precisamente los dos proyectos que Pestalozzi había tratado de combinar en vano en el
Neuhof: la realización de la “dignidad interior más pura del hombre” por una parte y “su buena formación para las necesidades esenciales de su vida terrestre” por la otra.

La novedad de la reflexión de Pestalozzi en los años 1790 radica en el hecho de que
percibió que esos dos objetivos, en realidad, se arraigan en una misma ilusión: se prente poder definir a priori, como si fuera posible situarse desde el punto de vista de Dios, las “necesidades esenciales” del hombre en este mundo, y los criterios de su “dignidad interior” en el otro. A un nivel más profundo, se pretende enmarcar en su dimensión superior como en su expresión exterior la libertad del hombre, cuando el desarrollo autónomo de la libertad constituye precisamente la mejor oportunidad que se puede presentar a la educación.

En efecto, si ésta debe conformarse con realizar un tipo humano definido fuera de sí
misma, la educación sólo puede tener un significado accesorio. Pestalozzi se niega a que funcione como un mero instrumento de modelado al servicio de un mundo dado, ya sea real o ideal: habrá de ser una forma de acción que permite a cada uno hacerse a sí mismo, partiendo de lo que es y en el sentido de lo que quiere ser, “una obra de sí mismo”.

La educación cobra así su sentido en el proyecto de autonomía, pero Pestalozzi se
apresura en hacer hincapié en que el contenido profundo de esta palabra, tan estimada por el idealismo alemán, no se agote en un nuevo concepto humanista en el nombre del cual se continuaría, en la práctica, escarneciendo la dignidad humana. Para el autor de las Investigaciones, la autonomía sólo es real en la medida en que no cesa de hacerse entre las manos de los interesados.

Del sentido así enunciado en las Investigaciones, se desprenden algunas consecuencias
esenciales para la reflexión y la acción de Pestalozzi: Tanto la política como la religión, comprometidas en un conflicto sin salida entre la defensa de la dignidad del individuo y su necesaria mutilación social, sólo podrán superar su conflicto mutuo en la obra de educación. En efecto, en la medida en que la legislación se practique como una educación, el estadista sabrá a la vez evitar las conflagraciones sociales, cada vez más amenazadoras a medida que se agravan los intereses, y crear una voluntad general indispensable lo más cercana posible de la voluntad de cada uno.
Por su parte, la religión, abandonando de una vez por todas su pretensión de dominar
al mismo tiempo la carne y el espíritu, podrá recobrar su papel de “sal de la tierra”, pero de una tierra donde, como lo escribe en la carta a Nicolovius, “el oro y las piedras y la arena y las perlas tienen su valor independientemente de esa sal”. La actitud del educador reduce de este modo el conflicto de la política y de la religión, situando cada una en su ámbito propio.

Pestalozzi logra así también comprender su error del Neuhof. Al querer jugar simultáneamente el juego de la racionalidad económica y el del desarrollo pleno del individuo, se había colocado con toda inconsciencia en el centro del torbellino que estaba dislocando la sociedad de entonces. Pestalozzi ya no será ni el duro empresario ni el buen padre del pueblo sino un educador, situándose a distancia a la vez de las exigencias sociales como del deseo de los interesados y obrará para lograr el acercamiento de los dos polos en el sentido de constituir en cada uno de ellos la libertad autónoma, una libertad comprometida a la vez con el mundo social gracias a la adquisición del oficio, y esforzándose por encontrar en esa realización el desarrollo pleno de sí mismo. La acción educativa permite de este modo superar la paradoja de Rousseau que establecía la imposibilidad de formar al mismo tiempo al hombre y al ciudadano. Pestalozzi sienta así las bases de un lugar privilegiado que, entre la familia, siempre más o menos enzarzada en sus intereses privados, y la sociedad civil, cada vez más acuciada por las exigencias inhumanas de la racionalidad económica, debería no sólo fomentar en el niño el pasaje de un universo al otro, sino también contribuir a la constitución de esa libertad autónoma que no puede estar garantizada ni exclusivamente por la naturaleza ni exclusivamente por el derecho. Ese lugar es la escuela. Lo ideal sería por supuesto que los padres se volviesen educadores en iguales condiciones que los artesanos del bien común; pero siendo lo que es la evolución de la célula familiar, la escuela como lugar de educación deberá desempeñar una función cada vez más importante en la sociedad civilizada.

Esa tarea, la escuela sólo la cumplirá realmente si acepta hacer una labor de pedagogía. Esta palabra cobra ya su pleno sentido en los escritos de Pestalozzi. Se tratará, en efecto, de aplicar una práctica específica que no se conforme con transmitir a las jóvenes generaciones las experiencias de la civilización sino que se organice de tal manera que los interesados puedan construir su libertad autónoma. Ni simple prolongación del orden familiar, ni simple lugar de reproducción del orden social, la escuela deberá manifestar su orden propio a través de la obra pedagógica: tal será todo el sentido del Método. Pero la consecuencia más importante de la reflexión que llega a su punto culminante en las Investigaciones de 1797 (una consecuencia que, en realidad, Pestalozzi no expone pero que se halla subyacente en toda su obra futura) es el hecho de que el pedagogo se coloca desde ese momento en una posición tal que puede comprender al niño en su realidad en devenir. En Neuhof había utilizado más bien al niño para la realización de un sueño de adulto, el de la alianza entre una perfecta inserción social y la salvaguardia de la inocencia natural. En lo sucesivo, al reconocerlo en su aptitud para “hacerse una obra de sí mismo”, Pestalozzi se acerca a la naturaleza infantil en lo que tiene de específico, a saber: su poder de constituirse de manera autónoma. Más aún, es la humanidad adulta supuestamente constituida, la que está llamada a regenerarse a través del niño y por la manera en que, favoreciendo mediante la educación el desarrollo de su libertad autónoma, se liberará por sí misma de sus inercias y taras sociales.
Educación, juventud eternamente necesarias para la humanidad: “La naturaleza ha cumplido su obra: ahora te corresponde a ti realizar la tuya.”


El “método” y su espírituLas Investigaciones de 1797 son una llamada a la acción. Y gracias a los trastornos políticos que se producen en Suiza en 1798, “el educador del pueblo” vuelve a tener el viento en popa. Primero está la experiencia de Stans, iniciada en enero de 1799 y que termina bruscamente a causa de la guerra, después de algunos meses de existencia. Luego Pestalozzi se instala en Burgdorf (Berthoud): el nuevo instituto no resiste a la caída de la República Helvética en 1803. Por último el pedagogo es llamado a Yverdón, donde el 1 de enero de 1805 inaugura en el castillo un establecimiento que rápidamente cobra amplitud y adquiere fama en toda Europa:desde todas partes se acude a observar el fenómeno pedagógico y los maestros se suceden por oleadas (los prusianos, los franceses, los ingleses) a fin de iniciarse en el método Pestalozzi. El “método” es sin lugar a dudas el proyecto pedagógico portador de toda la obra de Pestalozzzi en sus tres institutos. En la práctica se inició en Stans pero sus grandes lineamientos se establecerán en la obra de 1801, Comment Gertrude instruit ses enfants [Cómo instruye Gertrude a sus hijos], aunque sus diversos componentes seguirán siendo elaborados durante las experiencias de Burgdorfy de Iverdon.11 Se suele plantear la cuestión de la originalidad del “método Pestalozzi” (la expresión es de Herbart). Si se alude con ello a materiales y técnicas, corremos el riesgo de decepcionarnos: el visitante del castillo de Iverdon buscará en vano esos “trucos pedagógicos” que podrían aplicar en su práctica. En cuanto a técnicas pedagógicas se refiere, podría decirse que Pestalozzi no inventó nada, ni siquiera la pizarra, y que tomó lo que quería en todas partes: en efecto, hay que recordar que su experiencia no se desarrolló en un desierto pedagógico sino que se inscribió en un vasto movimiento de renovación de la enseñanza que llegó hasta el más humilde pastor de aldea. Además, el propio Pestalozzi admitió haberse equivocado completamente al elaborar ciertas técnicas, en particular para el aprendizaje del idioma, y no vaciló en modificar profundamente los instrumentos en ciertas etapas de su evolución. Para decirlo en pocas palabras, no hay que buscar la originalidad del método en sus aspectos materiales.

Y sin embargo hay una originalidad históricamente verificada, y que reside en el hecho de que prácticamente todos los pedagogos prácticos de los siglos XIX y XX considerarán esa obra como si fuera una fuente, y no dejarán de referirse a ella por encima de sus dificultades y fracasos.

Se puede decir que la originalidad del método elaborado por Pestalozzi reside
fundamentalmente en su espíritu. Su mérito es, en efecto, el siguiente: mientras casi todos sus discípulos, declarados o no, permitieron sistemáticamente que su intención desapareciese en la materialidad de un saber, de una técnica, de una concepción apriorística del hombre, y lucharon sistemáticamente para que no se confundiese lo que ellos querían con lo que habían realizado, Pestalozzi comprendió que el método y todos sus componenetes no debían ser más que instrumentos en las manos del pedagogo, a fin de que éste produjese “algo” que no se encuentra en el método y que resulta ser de una naturaleza totalmente diferente de la de su proceso mecánico: la libertad autónoma.

El método es un instrumento sin lugar a dudas necesario. Importa observar la naturaleza infantil, extraer las leyes propias de su desarrollo, crear un medio favorable para ese desarrollo, tomar en cuenta explícitamente la dimensión social de la relación educativa, dar eficacia a la capacidad de acción del niño... aspectos todos que Makarenko, Montessori, Freinet, Piaget,continuarán elaborando y perfeccionando técnicamente. Se trata de escrutar infatigablemente el mecanismo de la naturaleza humana en sus diferentes manifestaciones: sin el conocimiento, es imposible ejercer poder alguno sobre esa naturaleza. Pero sería un error considerar que el conocimiento es en sí mismo liberador porque como medio es necesario pero no suficiente. El método, con todo su contenido de conocimientos positivos sobre el niño, pude contribuir en igual medida a sojuzgarlo que a liberarlo. Para que el movimiento se oriente en la segunda dirección, es menester desarrollar una acción específica que movilice los instrumentos del método de manera tal que sean efectivamente generadores de libertad autónoma. Ahí comienza en realidad el trabajo pedagógico; y es ahí donde interviene, más allá de la letra, el espíritu del método, un espíritu que utiliza las técnicas solamente para que produzcan lo opuesto de un resultado técnico: “Examinado todo -dirá Pestalozzi en 1826-, retened lo que esté bien, y si en vosotros mismos ha madurado algo mejor, añadidlo con verdad y amor a lo que trato de daros con verdad y amor en estas páginas.

Lo esencial se juega por lo tanto en una práctica que a su vez remite a una actitud, y en la imposibilidad de elaborar la teoría de esa actitud sin correr el riesgo de destruir la misión del proceso metodológico, es decir lo que éste debe hacer surgir y sostener en su desarrollo. Pestalozzi añade que hay un límite más allá del cual el proceso metodológico debe invertirse completamente para dejar la iniciativa a la libertad autónoma: “Quienquiera que se apropie del método, sea un niño, un joven, un hombre o una mujer, llegará siempre en sus ejercicios a un punto que solicitará particularmente su individualidad: al captarlo y desarrollarlo, esa persona desplegará sin duda alguna en sí misma fuerzas y medios que le permitirán superar en gran medida la necesidad de ayuda y apoyo en su formación que en esta etapa sigue siendo indispensable para otros, y se hallará en una situación que, de manera segura y autónoma, le permitirá recorrer y llegar término del camino restante de su formación. De no ser así, mi casa no se mantendría en pie, mi empresa había fracasado.”

Sin embargo, si hubiera que explicar a los que practican la pedagogía cómo se aplicaba ese espíritu del método en los institutos de Pestalozzi, se podría estudiar de qué manera se articulan, en el meollo del proceso, tres elementos: el corazón, la cabeza y la mano (Herz, Kopf, Hand). No se trata de tres “partes” del hombre, ni siquiera de tres “facultades”, sino de tres puntos de vista sobre una misma y única humanidad en acción de autonomía. Para Pestalozzi, la cabeza representa el poder que tiene el hombre, gracias a la reflexión, de separarse del mundo y sus impresiones confusas, y de elaborar conceptos e ideas. Pero como individuo situado, el hombre sigue estando completamente sumergido en un mundo que, a través de la experiencia, no cesa de requerir su sensibilidad y lo vincula con sus semejantes en la lucha emprendida para dominar la naturaleza por medio del trabajo: esa es la dimensión del corazón. El hombre, provocado de este modo por lo que es y requerido por lo que debe ser, no tiene otra solución en ese conflicto siempre abierto y plenamente asumido, que hacer una obra consigo mismo: esa es la dimensión de la mano. Estos tres elementos concurren así en la producción de la fuerza autónoma en cada uno de los interesados: la parte razonable garantiza la universalidad de la naturaleza humana, la parte sensible garantiza su particularidad radical, mientras que la contradicción entre ambas libera a su vez el poder esencialmente humano de llevar a cabo una acción que constituya la personalidad autónoma. Cabe señalar también que este proceso se desarrolla integralmente dentro del marco de la sociedad, en la medida en que ésta modela la razón humana y es objeto de la insatisfacción esencial de los interesados.

El maestro, y mucho antes el padre y la madre si actúan como educadores, ocupan una
posición especial en el punto de encuentro, entre el deseo sensible y la razón social en el niño. En ese periodo decisivo, tienen el poder de estimular el desarrollo de la fuerza autónoma o de obstaculizarlo tal vez para toda la vida. Tal es la inmensa responsabilidad moral del pedagogo.

Para que esta responsabilidad pueda ejercerse será esencial que el pedagogo, cualesquiera que sean la materia y el tiempo de su acción, sea cual sea la materia didáctica de que se ocupe, sepa mantener el equilibrio entre los tres componentes del método. Lo que significa que dentro de la institución escolar no basta con distribuir armoniosamente las diferentes disciplinas entre el polo intelectual, el polo sensible (artístico) y el polo técnico; cada docente deberá esforzarse por aplicar, en cada una de las etapas pedagógicas, los tres elementos en torno de los cuales se articula el desarrollo de la fuerza autónoma: el profesor de educación física prestará atención al dominio intelectual de los ejercicios al mismo tiempo que a su repercusión sensible en el niño, mientras que el profesor de matemáticas tratará de no perder de vista el arraigo de su materia en la existencia concreta de los niños y su aplicación autónoma en un momento del proceso pedagógico... Pestalozzi no cesa de repetir que se trata de un equilibrio que nunca se adquiere definitivamente y que puede romperse en cualquier momento para alimentar una de las tres “bestialidades” de la cabeza, el corazón y la mano.

Este análisis no sólo es válido para las adquisiciones escolares del saber, del “saber hacer” y del “saber sentir”, sino también y sobre todo para la marcha de la institución que, entre la cálida célula familiar y el monstruo frío del Estado, tiene como misión instituir la libertad autónoma de manera viva, reflexiva y práctica. Más que darles a los niños la ilusión de una democracia inmediata, como había ocurrido en el Neuhof, Pestalozzi, desde Stans y a través del relato que nos dejó de su breve experiencia, se esforzará por construir una humanidad social lo más cercana posible al deseo de cada uno y al interés de todos, pero que debe superarse continuamente en la acción: pobres entre los pobres, los niños de Stans sufrirán más privaciones aún para poder acoger a otros má pobres.15 Por ende, el sistema educativo en sus diversas estructuras deberá organizarse necesariamente de tal manera que la acción del pedagogo, teniendo en cuenta lo que deberá producir, pueda ejercerse en un clima de libertad autónoma y responsable. Cada uno de los engranajes institucionales deberá permanecer al servicio del proyecto que singulariza la acción pedagógica en relación con el resto de las acciones humanas, un proyecto cuyo objetivo esencial es la humanidad que se está constituyendo con carácter autónomo dentro de la relación pedagógica.


El último debate: práctica y teoría pedagógica
Se puede percibir la actualidad de Pestalozzi en la manera como supo pensar a fondo la contradicción entre la función de integración social de la escuela y su deber de realizar a los individuos en la libertad: Durkheim e Illich quedan igualmente refutados.16 Los partidarios de “la escuela en la vida”, siguiendo en ello a Pestalozzi, podrán percibir la magnitud de los obstáculos que siguen llevando al fracaso sus experiencias. Pero también obran en vano los que quieran sacar partido de las dificultades de tales precedentes para restaurar el antiguo humanismo en torno de la “idea de la educación”: Pestalozzi les responde con un no categórico a través de sus relaciones con el pastor Niederer, al principio su colaborador más cercano en Iverdon, luego su adversario y finalmente su enemigo encarnizado que quería destruir una empresa que no pudo someter a su concepción.

Se tiende por lo general a considerar que la controversia que se produjo en Iverdon,
que alcanzó tal profundidad que la experiencia fracasó por segunda vez, no es más que una querella entre personas o un conflicto de temperamentos. En realidad, en el trasfondo de esta disputa, hay un debate fundamental que sigue siendo de profunda actualidad en pedagogía: el de la relación entre la práctica y la teoría. Si el educador, a diferencia del filósofo y del científico, es precisamente “un práctico en busca de una teoría practicable de su práctica” (D. Hameline), podemos decir que la existencia de Pestalozzi fue la encarnación misma de esa definición. Pestalozzi fue enteramente práctico en el Neuhof, experiencia que quiso ser una manifestación de la libertad pura en acción. Luego, las Investigaciones de 1797 pueden interpretarse como el fin de un largo camino que permitió que Pestalozzi elaborara la teoría de su práctica eliminando de ella tanto el discurso inoperante de los filósofos como los procedimientos esterilizantes de la “ciencia del hombre”.
Pero hemos visto que si bien la reflexión de las Recherches exigía una práctica, seguía habiendo ruptura entre ambas: el método también se establece como una teoría “practicable” de la práctica desarrollada en Stans, Burgdorf e Iverdon, y la voluntad de autonomía subyacente no tiene por qué buscar sus fundamentos fuera de sí misma. Ese será el error de Niederer quien, imbuido por la filosofía de Fichte y de Schelling, y presentándose como el Platón del Sócrates de la pedagogía, va a intentar transformar en teoría la experiencia que se está llevando a cabo antes sus ojos. Pestalozzi, consciente de la necesidad de tal dilucidación, seguirá por un momento a su colaborador, pero no tardará en percibir que lo que se está elaborando es una doctrina cada vez más ajena a lo que él íntimamente desea, y terminará por rechazar brutalmente la teoría de Niederer así como su influencia dogmática sobre el instituto.

La objeción fundamental que hace Pestalozzi respecto de esa teoría es que al transformar en sistema el proyecto de libertad que la mueve, hace ese proyecto “impracticable”. Niederer, al asumir la dirección del instituto, inspiró por cierto una práctica, pero ésta no tardó en desarrollarse en todos los niveles en detrimento de lo que se buscaba a través de ella: la realización efectiva de la libertad en cada uno y en todos. En concreto, los maestros preferían pasar la mayor parte de su tiempo en seminarios discurriendo sobre la libertad, la fuerza autónoma del niño o la pedagogía cristiana, preocupándose cada vez menos de lo único que, en realidad, podía dar sentido a esas bellas ideas: los niños presentes en ese lugar, la realidad cotidiana del instituto, esas pequeñas cosas que alimentaban la fuerza autónoma de cada uno. Pestalozzi fue testigo de que en general los maestros, y por consiguiente los niños, huían de las responsabilidades de la acción: es comprensible que Pestalozzi, que había vinculado la educación con el proyecto moral del hombre, evidente en su actitud de desplegar una acción autónoma, considerase insoportable esa desviación de su propia intención y prefiriese cerrar su instituto antes que ceder en cuanto a lo esencial de su proyecto. Habiendo recobrado la calma en el Neuhof, su reflexión le permitió formular una verdad pedagógica fundamental, de la que hizo el eje de su testamento de educador: el Canto del cisne.

Esta verdad, que no deberíamos vacilar en denominar el “principio pestalozziano”, se
formula de la manera siguiente: el acto educativo sólo adquiere y conserva su sentido de acto educativo en la medida en que se establece una diferencia entre las leyes generales del desarrollo de la naturaleza humana en sus tres dimensiones de la cabeza, el corazón y la mano, y la manera en que dichas leyes se aplican en particular en las situaciones concretas y los azares de las circunstancias.

A primera vista, este principio puede parecer de una trivialidad desconcertante:
cualquier hombre que reflexione un poco tendrá plena conciencia de la brecha que separa las ideas de las realidades concretas. Pero cuando observamos la marcha forzada de los pedagogos que utilizan la teoría para realizar en su práctica la síntesis entre la teoría que tienen en la mente y los seres sensibles con que deben tratar, cuando además observamos sus estruendosos fracasos y el hecho de que cada vez se ven obligados a vivir su utopía como seres marginales, llegamos a la
conclusión de que el autor del Canto del cisne, logró, sin duda alguna, resolver uno de los problemas fundamentales de la pedagogía: la mano del pedagogo sólo podrá cumplir su obra en la medida en que se mantegan a distancia -a distancia de la mano y a distancia uno del otro- el polo de la inteligencia universalizadora y el polo de la sensibilidad particularizadora. A este precio la libertad autónoma podrá constituirse realmente en los niños y no se evaporará en la impotencia de la teoría ni se hundirá en una confusión de intereses. Esta voluntad de distinguir es tan fuerte que el Canto del cisne, que pretende aprehender la esencia de la formación elemental, es una invitación para que cada individuo asuma la responsabilidad de su acción y no vacile en crear eventualmente otros medios y otras técnicas dado que lo hace “con verdad y amor”, es decir, impulsado por la voluntad de que en torno a él se creen otras fuerzas autónomas.

El procedimiento de Pestalozzi revela de este modo su profunda actualidad por la
manera, inigualada hasta nuestros días, en que supo articular su teoría y su práctica. Y si es cierto que la educación tiene la posibilidad de desarrollarse como proceso de acción en el que la práctica, la investigación científica y la teoría se fecundan mutuamente (G. Mialaret), podemos decir que Pestalozzi logró realizar al mismo tiempo esa triple tarea.

Pestalozzi se sitúa así en una posición desde donde puede actuar sobre la naturaleza
específica del niño. Al romper la continuidad natural entre el enfoque teórico y el enfoque práctico de las cuestiones pedagógicas, rompe también el resorte del mecanismo que, desde hacía siglos, convertía al niño en el instrumento dócil de verificación de la legitimidad de las teorías preconcebidas. Al dejar abierta la brecha entre teoría y práctica, el autor del Canto del cisne libera en el corazón del niño la fuerza por medio de la cual éste podrá hacer “una obra consigo mismo”, y al mismo tiempo sienta las bases de una investigación científica de orden específicamente pedagógico. La educación forma parte sin duda de las ciencias humanas, pero no es una ciencia humana como las demás: la relación dialéctica que mantiene con la práctica, precisamente en nombre del respecto de la libertad en devenir, le hace rechazar el esquema hipotético-deductivo que determina el procedimiento de las ciencias del hombre.

Pestalozzi deja al pedagogo la misión de vivir y acentuar la contradicción que
desarrolló ampliamente en el Canto del cisne. Sin duda hubiésemos preferido que al llegar al cabo de su reflexión, nos hubiera dejado una verdadera “teoría practicable de su práctica” que cada maestro pudiese utilizar. Su gran debilidad sigue siendo el hecho de que jamás logró separar verdaderamente su obra de si mismo, de su existencia y de sus experiencias. Pero esta flaqueza se convierte a su vez en una fuerza debido a lo que Pestalozzi jamás dejó de buscar desde el comienzo: la realización de la libertad autónoma en cada uno y en todos”.




Fuente: http://www.ibe.unesco.org/fileadmin/user_upload/archive/publications/ThinkersPdf/pestalozzis.PDF

Johann Heinrich Pestalozzi, su nombre está vinculado con todos los movimientos de reforma de la educación del siglo XIX
Información extra sobre Pestalozzi:
http://www.heinrich-pestalozzi.de/es/dokumentation/index.htm

miércoles, 10 de agosto de 2011

Imaginario africano y modernidad en el arte venezolano


















Luis Alberto Hernández, Javier Level, Cornelis Zitman, Feliciano Carvallo, Miguel Von Dangel, ...entre otros







William Parra
Humania del Sur. Revista de Estudios Latinoamericanos, Africanos y Asiáticos.
Universidad de Los Andes, Mérida. Año 2, Nº 3. Julio-diciembre, 2007. ISSN: 1856-7959
Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón.
Caracas - Venezuela


Resumen
Este trabajo explora cómo se introduce el imaginario creativo del afrodescendiente en el proceso de la modernidad artística en Venezuela, y hace una reconstrucción de los elementos que han definido una especie de historiografía icónica del negro en el arte moderno y contemporáneo, teniendo en cuenta al artista hacedor de su propia historia y la imagen que se plasma plásticamente de su permanente representación.

Palabras clave: Imaginario africano, modernidad, vanguardias,
iconografía, afrodescendiente.

African Imaginaries and Modernity in Venezuelan Art
Abstract
This work explores how the imaginaries of Afro-descendants are introduced in the arts of modernity in Venezuela, and reconstructs the elements that have defined a sort of iconic historiography of the black person in modern and contemporary art, focusing on the artist who makes his or her own history
and the image of his or her permanent representation.
Key words: African imaginaries, modernity, avant-gardes, iconography, Afro-descendant.

"Sin la pretensión de hacer una disertación teórica sobre el tema, y más allá de las implicaciones conceptuales y filosóficas del problema de la modernidad, en el contexto del presente trabajo, vamos a entenderla como un espacio histórico concreto dentro del arte venezolano de los últimos tiempos, que de alguna manera enlaza el arte del siglo XX con las últimas tendencias de nuestro arte contemporáneo.
La modernidad en toda Latinoamérica, tanto en las artes visuales como en la literatura y en sus principios ideológicos, está cargada de diversas tendencias que son asumidas por los artistas venezolanos, que con el tiempo van a coincidir en una temática nativista de crítica social
y de doctrina socialista. Modernidad o modernismo, un dilema no resuelto, pero que como movimiento artístico busca el encuentro con lo autóctono, teniendo como punto de referencia el Muralismo Mexicano, plasmado a través de las pinceladas de Diego Rivera, David Alfaro
Sequeiros y José Clemente Orozco.
Hemos interpretado que la modernidad en el desarrollo de las artes visuales en Venezuela, es un fenómeno que se produce a partir de los cambios de la expresión artística que se originan en la primera mitad del siglo XX. Allí vemos cómo los artistas rompen verdaderamente con los esquemas y estamentos del arte clásico y tradicional, para abordar nuevas temáticas, contenidos y formas de expresarse. Pudiéramos decir que es el surgimiento de unas vanguardias que el arte venezolano no había visto y sufrido, a la par de otras partes del mundo, como por
ejemplo, Europa. Vanguardias, porque el arte entra en otros derroteros, donde la negación del pasado va ligada a una nueva idea de progreso, de estabilidad y sensibilidad social.
En el aspecto temático, esta modernidad comienza presentando una iconografía del “pobre” y del “miserable”, resultado de unas riquezas desaprovechadas y mal distribuidas. También se interesa por “lo étnico”, destacando al mestizo, al negro y al indio. El primer movimiento que
irrumpe en nuestra modernidad como vanguardia transformadora, se conoce con el nombre de Realismo Social, cuya definición etimológica se toma del arte decimonónico francés.
Dentro de todo este panorama, vamos a tratar de discernir el imaginario del descendiente de africano que fue sometido a la esclavitud y trasladado forzosamente a tierras americanas. Primero abordaremos el aspecto iconográfico, tomando en cuenta sólo la representación de su
imagen. Después lo estudiaremos como hacedor de obras y generador de ideas, es decir, como artista; pues es importante destacar que el africano que es trasladado a América, no sólo introduce su mano de obra esclava y barata, sino también todo su imaginario creativo y creador.
Volviendo al arte social en Venezuela, que se desarrolla fundamentalmente entre 1935 y 1945, una de sus principales características plásticas es la vuelta a la figura humana que se había perdido por la imposición casi absoluta de la tradición del paisaje heredada del Círculo de Bellas Artes, nacido en 1912. Dentro de este arte de espíritu social, resalta la obra de artistas como Gabriel Bracho, Francisco Narváez, César Rengifo y Héctor Poleo.
Tomando por caso la producción artística de Bracho, en cuanto a la representación del descendiente de africano se refiere, en su obra, impregnada de ideales socialistas, se hace casi una constante la presencia de la imagen del negro humillado, marginado y explotado, dentro de la sociedad capitalista producto del despilfarro y el consumismo petrolero.
Es el negro que ha emigrado del campo a la ciudad o a los campos petroleros, con la vaga y mentirosa ilusión de progreso.
Por su parte, Narváez, quien con su contundente obra introduce el concepto de modernidad en el hecho escultórico venezolano, es obsesivo de la representación tanto pictórica como escultórica del hombre y la mujer autóctonos: el indio, el negro y el mestizo. En cuanto al negro son características la Criolla de 1936 y Negra de Barlovento de 1942. En ambas se interesa por resaltar la imagen matriarcal de la mujer negra que trabaja y es símbolo de la tierra, heredera de las más amplias tradiciones de su origen africano.
Entre otros artistas que responden a esta misma línea de interés plástico, pero con un discurso que los compromete más con las nuevas tendencias del arte moderno, está el caso de Armando Barrios, quien, en un período figurativo temprano de su obra, introduce en el discurso visual,
trabajos donde representa al negro como parte de las tradiciones venezolanas. Un caso que ejemplifica esto es Tambores de 1946. Este mismo planteamiento, posteriormente lo traslada a su etapa de obras geométrico- constructivas.
Casi aislado en el arte venezolano de la primera etapa del siglo XX, ubicamos a Pedro Centeno Vallenilla, artista vetado por la historiografía del arte venezolano, quizás por su estrecha vinculación política con el gobierno del General Juan Vicente Gómez.
El maestro Centeno Vallenilla, indaga en los planteamientos visuales de la representación del afrodescendiente, muy alejado de cualquier intención que lo relacione con lo social. Este aspecto no le interesa. Más bien, busca plasmarlo como protagonista del proceso histórico venezolano y como parte de una trilogía étnica que resulta en una sociedad sincrética y mestiza. Ejemplo de ello lo encontramos en Negro Primero. Imagen idealista de este personaje, en la que su fisonomía es tan convincente que pareciera un retrato hecho por el autor teniendo
al personaje en frente. Otra muestra es su obra El Cacao, donde la seductora relación visual de un negro con una mulata, los convierte en el símbolo digno de la madre tierra venezolana.
A pesar de lo dicho, en el arte moderno venezolano la preocupación de la representación del negro no salió de los límites del interés temático de algunos artistas, entre los que se encuentran los que hemos analizado. Hasta la década de los años cincuenta del siglo XX, el problema seguía estando planteado sin mucha indagación, ni profundización, más allá de lo puramente formal y en algunos casos exótico y anecdótico.

Se trata de lo infinitamente remoto y sin embargo, aún subyacente, de una aproximación americanista más allá de lo temático (aunque ello fuere ampliamente utilizado para vindicar y reivindicar imágenes
ignoradas por el arte prevaleciente durante centurias) de una aprehensión, y muy poco intelectualista, rebozante de memorias iconográficas (…) de un paulatino replanteamiento del mundo mágico y de ese real maravilloso (Silva, s/f, pág. 135).


Es a partir de la idea de la necesidad de una nueva interpretación y reinterpretación del problema del origen y de la huella en el arte venezolano, que artistas como Oswaldo Vigas, se interesan por una representación de nuestra cultura, sobrepasando el límite de lo temático
y lo formal. Sin duda, la obra de Vigas abre un camino que hasta los momentos había sido ignorado en nuestras artes visuales. Vigas se atreve a apropiarse de imágenes ancestrales y las convierte en representaciones arquetípicas de nuestros tiempos atávicos, donde lo pre-hispánico se mezcla con la cultura de herencia africana. Todo comienza con su serie de Las Brujas; reminiscencias de la magna madre tierra y de los orígenes americanos. Obras que plásticamente se vinculan con los planteamientos del artista cubano Wifredo Lam, quien por su parte, reivindica la cultura yoruba de la que era heredero. En palabras de Boulton (1972):

Fuera de toda duda, su nombre ha de recordarse como creador de Las Brujas (1948-1952), figuras llenas de una sobre-realidad que se hunde en nuestras más profundas raíces étnicas, donde se fermenta la rica mitología de nuestro mestizaje (…) y que tanto se acercan a su interpretación gráfica de Guayasamín y a ciertos rostros terribles de Orozco y se dan la mano con antecedentes tan importantes como los de Picasso y Modigliani del período africano. El pintor de Valencia, en todo caso, alcanzó a dar a sus interpretaciones un sentido poético muy cercano a nuestra sangre y a nuestros mitos, concibiendo figuras de gran sabor dramático en las que la mitología aborigen se transmutaba en belleza pictórica, sin llegar a los recursos de encarnación a lo Wifredo Lam.


La brecha que deja abierta Vigas, es retomada por otros artistas venezolanos ya casados con la modernidad. Entre ellos, vale la pena hacer mención de Víctor Valera. Con él se inicia la línea de artistas descendientes de africanos que introduce en su planteamiento visual el imaginario cultural de África. Lo interesante es que la producción escultórica de Víctor Valera es totalmente constructivista, resultado de juegos compositivos geométricos, igual al de las tradicionales máscaras africanas de algunos grupos étnicos del Congo y África Occidental. Valera es un mulato afrodescendiente de Maracaibo, y en su obra introduce además un aspecto étnico y lingüístico que le da una significación muy particular a su trabajo. Tiene propuestas escultóricas que titula África y otras hechas en homenaje a personajes de la música afro-urbana y caribeña como la salsa: Homenaje a Canelita Medina, a Oscar de León, entre otros.
Llegada la actualidad, y con ella los nuevos lenguajes que definen el arte contemporáneo venezolano, es cuando los ancestros africanos verdaderamente se apoderan del alma de sus creadores, que empiezan a reconocer y plasmar su pasado. Un pasado que los unía con ese continente casi perdido del África, pero tan presente en nuestra cultura.
Antes de abordar este punto en el ámbito del arte contemporáneo, debemos dejar cancelada una deuda con los llamados artistas populares o ingenuos, que tanto han aportado a nuestra cultura visual. Y es que el arte popular está comprometido con la sociedad, con su gente, con las
costumbres y con todo lo que se relaciona con el imaginario de pueblos y ciudades. Es un arte que enlaza, al mismo tiempo, lo popular- folclórico con lo urbano. Tomando esto en cuenta, vamos a hacer especial mención de Feliciano Carvallo, cuya obra describe hermosamente Juan Calzadilla en Pintores Venezolanos del Común, valorando el entorno donde fue creada (1975):


Una zona de donde se pasa rápidamente del intenso calor marino al brumoso frío de las montañas, y donde aún se oyen entre el oscuro tam tam de la vegetación en las rocas del mar y en los troncos de los
árboles, las voces y los llantos de los esclavos negros. (…) Ceremonias religiosas, festividades patronales, juegos y tertulias, tal y como las ha representado Feliciano, sacan a la gente de su vivir diáfano para arrojarlas a las plazas y los parques de atracción donde niños y adultos se apilan conservando cierta reciprocidad pueblerina, una humanidad más apacible. Aquí hubo fiesta de negros que Reverón se complacía en pintar sin traicionar su clima mágico. El tambor se oía retumbar desde las colinas en las noches de Corpus Christi y San Juan. Ese breve ríspido terruño llamado litoral central se convertirá por muchos años, hasta hoy, en el gran escenario de la pintura ingenua, el pequeño Haití de nuestro arte (pág. VIII).

Tal y como lo describe Calzadilla, no sólo es ese ser afrodescendiente presente en Feliciano Carvallo lo que le permite plasmar su propia esencia, sino también todo ese mundo singular que le rodea en el litoral central, donde todavía con el olor del mar y de la sangre negra de pueblos como Naiguatá y de toda la costa, se siente la herencia africana que se resiste a desaparecer. Este aspecto lo vemos expresado en una obra que titula Baile de Tambores de 1964, con respecto a la cual el mismo Calzadilla dice “los temas están en su sangre negra como una
bandera donde ondean todos los colores. El trópico es como una gran fiesta en minúsculos cuadros” (Op. cit., pág. VII).
Muchos son los nombres de artistas populares que están unidos a la tradición de la cultura africana y lo plasman en sus obras; y para no quedarnos sólo con Feliciano Carvallo y seguramente pecar por omisión, no podemos dejar de nombrar a Rafael Rosales, Abel Vallmitjana, Belisario Palmar, Elsa Morales, Víctor Millán, Luis García Volcán, Andrés Álvarez, el “Niño Bonito de Patanemo”, Gregorio Mijares, Cejote, Esteban Mendoza y Grone Romepri (Negro Primero al revés).
Un artista que caminó entre el sendero de su ser popular y la ejecución de una obra bajo un lenguaje plenamente contemporáneo, fue Jorge Chacón. Chacón relaciona el mundo de lo indígena con lo africano. Este último elemento lo trabajaba muy ligado a lo religioso y a lo mágico, que parecieran fuerzas ocultas y encontradas en la obra del artista. De esta manera, realiza altares, fetiches y tótems que son extraídos directamente de la naturaleza de la costa aragüeña que le rodeó por un tiempo. Lo africano surge como una celebración de formas espirituales ancestrales y dinámicas en la relación hombre-espacio natural.
Pero es posible que lo verdaderamente ancestral no sólo como ícono, sino más bien como espíritu representativo, lo veamos contundentemente presente en el arte contemporáneo. Para ello, vamos a comenzar con Mario Abreu, quien para la década de los años sesenta,
indaga un mundo que podríamos definir como de antropología visual africana con los llamados Objetos Mágicos.
Estos Objetos Mágicos cubren un período muy largo de su obra, dando lugar a formas originarias como la utilización del círculo y el rectángulo, donde vibra el espíritu afrovenezolano como manifestación religiosa a través de la representación de la muerte y la magia. Estos elementos están muy relacionados con ciertas prácticas de santería que
se le atribuyen al artista. Igualmente, estos objetos son reminiscencias ancestrales que se revelan a través de un marcado sincretismo visual.
Formando parte de una línea más constructiva como lenguaje contemporáneo, en los años sesenta la obra del escultor Pedro Barreto, presenta unas interesantes formas totémicas, que en un primer proceso de búsqueda fueron el resultado de una fusión de diversos elementos donde seguramente está el ideario de la cultura de descendencia africana; pero que después, dieron paso a formas y volúmenes más universales.
Un caso que responde a la herencia afrodescendiente es el de Onofre Frías quien en un primer período de su producción fue insistente en la exploración de elementos que lo conectaban con el imaginario africano y muy particularmente caribeño. Ejemplo de esto es su serie: A
Barlovento.
Muy cercana a este mismo planteamiento, es la obra de Ismael Mundaray, quien juega a unir la cultura africana con lo selvático. El mismo artista ha dicho que realiza un trabajo de investigación en torno a lo negroide. “Busco la historia plástica del negro, la parte interna. Quiero reflejar su ancestralidad” (Jiménez, 1984). También como encuentro con lo sincrético, trata de unir lo africano con lo indígena, en una ferviente relación de significados y sentimientos, pero dentro de una identificación absolutamente contemporánea, utilizando elementos primitivos para llevarlos a un contenido paradigmáticamente actual.
Un artista comprometido con su ascendencia africana es Luis Alberto Hernández. La problemática plástica que nos presenta Luis Alberto une lo africano con elementos universalmente sincréticos a través de signos y símbolos que entre colores ocres, rojos y azules, resalta con la finura de un bello hojillado de oro.
Otros dos casos muy particulares, por no ser venezolanos, son los de Cornelis Zitman y Miguel Von Dangel. Zitman, holandés de nacimiento, al entrar en contacto con la cultura mestiza venezolana y con el trópico que seguramente enceguece a cualquiera, plasma de forma
insistente en su obra escultórica la figura de la mujer de ascendencia africana. La idealiza como una especie de Venus afrovenezolana, de figura perfectamente hermosa. Un ejemplo es la famosa Mujer en Hamaca de 1972, que realza los pasillos de la Galería de Arte Nacional
de Caracas.
Von Dangel, que por casualidades de la vida nace en Alemania, es de esos artistas cuyo venezolanismo no se discute. Su obra es un misterio que juega con lo minuciosamente detallado y estéticamente bello, hasta rozar lo irreverentemente desagradable. Muestra y evidencia
de un espíritu artístico que trata de conectarse con las raíces más profundas de la cultura americana, entre lo indígena, lo africano y por supuesto, con su cultura blanca originaria.
Muy próximo a Miguel Von Dangel está Javier Level. Representante de una generación más próxima a lo más contemporáneo del arte venezolano, produce una obra donde el problema plástico de la diversidad y el sincretismo se convierten en un solo cuerpo visual. Trabaja
símbolos y signos desde lo indígena y lo africano dando paso a un nuevo discurso.
Entre lo plástico y lo religioso se ubica la obra de Consuelo Méndez, artista muy comprometida con sus creencias. A través de sus acciones performánticas trabaja el cuerpo como soporte y medio para expresar sus ideas artísticas y religiosas. Su trabajo gráfico expresa un
imaginario que pareciera crear nuevos iconos místicos.
Por último, entre las nuevas generaciones de artistas venezolanos que se han comprometido con sus ancestros africanos, se encuentran los jóvenes Dixón Calvetti y Hendrick Hidalgo; ambos de las generaciones de artistas formados en el Instituto Universitario de Estudios Superiores
de Artes Plásticas Armando Reverón de Caracas. Dixón recientemente nos ha sorprendido con un trabajo sobre María Lionza, a quien desde hace tiempo rinde culto. A partir de la religión, ha creado una propuesta plástica sobre la iconografía de una María Lionza afrovenezolana, que
se une al culto indígena y mestizo de la llamada Reina de Sorte. Por su parte, Hendrick Hidalgo, ha creado una propuesta de acción artística urbana, un happening que llama Culto al Santo Niño del Elefante. A través de una amplia procesión de personajes e íconos, crea la lectura de
un culto totalmente imaginario, proveniente de la simbología afrovenezolana.
En conclusión, como podemos observar, entre los distintos elementos conceptuales que definen la modernidad en el arte venezolano se encuentra el vigente imaginario africano que ha nutrido una de sus vertientes más significativas de investigación. Hay que tomar en cuenta que desde los inicios del arte moderno, el interés por las formas y expresiones del arte africano ha sido prácticamente una constante que permitió su propio desarrollo plástico. Picasso es el ejemplo más representativo. Dirige su atención a la geometrización que se presenta en las máscaras africanas; las toma, las copia, se apodera de su imagen y hace con ellas un palimpsesto visual. Picasso abre un camino de interpretaciones y reinterpretaciones, y después de él, hay toda una
generación de artistas modernos que guían su atención al problema del imaginario africano. Pero un imaginario que prácticamente se queda reflejado sólo en la forma y no en el contenido que ella expresa. Ese contenido permanecerá adormecido en los anales del arte contemporáneo,
hasta que las nuevas generaciones de artistas latinoamericanos, y por supuesto venezolanos, aparezcan con nuevas propuestas que manifiesten ese universo de ideas africanas que se ha mantenido vigente como arquetipos heredados de la cultura africana que pisó las tierras americanas".


Referencias
Boulton, Alfredo, (1972). Historia de la Pintura en Venezuela. Tomo III.
Caracas: Ernesto Armitano, Editor.
Calzadilla, Juan, (1975). Pintores Venezolanos del Común. Caracas: Ediciones
CANTV.
Jiménez, Maritza, (1984, octubre 16). Ismael Mundaray. Caracas: El Universal,
Culturales.
Silva, Carlos, (1900). Historia del Arte en Venezuela. Tomo III. Caracas: Ernesto
Armitano, Editor.

Fuente: http://cetus.saber.ula.ve/bitstream/123456789/24752/2/articulo9.pdf

Museo de Arte Afroamericano de Caracas




Qué es el Museo de Arte Afroamericano de Caracas





















La Colección:
"La colección que dio origen al museo se inició como una iniciativa personal del Dr. Nelson Sánchez Chapellín, Presidente de la citada Fundación, y fue creciendo alimentándose por medio de adquisiciones selectivas y luego como producto de varios viajes a distintos países africanos a lo largo de muchos años, hasta contar con un volumen que hoy suman unas 3000 piezas muy variadas en su composición.


La Sede:
Se inicia la construcción actual del museo en dos etapas: la conversión de una estructura ya existente para albergar parte de la colección, las oficinas administrativas, el Centro de Investigación y Documentación, un patio para actividades múltiples, un restaurant y una pequeña tienda cuyo objetivo es promover a noveles artistas plásticos nacionales y vender objetos promocionales alusivos a la colección y la cultura africana en general. Las áreas verdes han sido tratados especialmente para proveer un ambiente alegre y florido. Esta ala ya está disponible para su uso.

El segundo módulo, ahora en construcción, tendrá varios salones de exposiciones para el Museo, un Centro de Seminarios, y espacios de galería.
El Museo está concebido como un ambiente activo con muchas actividades colaterales a las exposiciones las cuales constarán de presentaciones de danza, conjuntos musicales, coros, talleres, conferencias, actividades de calle y otras manifestaciones artísticas y eventos gastronómicos. Se propondrán igualmente actividades de carácter docente de importancia a las comunidades vecinales y en lo académico seminarios y programas de investigación sobre las influencias africanas en la cultura venezolana. Se proyecta incorporar elementos de hipertextos para la difusión a nivel nacional e internacional y tener un acceso WIFI en las áreas comunes".


Dirección: Av Occidente. Frente a la redoma Eloy Alfaro con Inicio de la Calle del IESA San Bernardino.
Teléfono: 551.28.49
Facebook: Museo de Arte Afroamericano

Fuente: Facebook Museo de Arte Afroamericano

viernes, 5 de agosto de 2011

Léopold Sédar Senghor







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Léopold Sédar Senghor
(Senegal, 1906-2001)

“Senghor está considerado como el máximo exponente intelectual de África. Publicó libros de poesía y artículos sobre literatura y política. Junto con los escritores Aimé Césaire y Léon Damas, formuló el concepto de 'negritud', que puede ser definido como el conjunto de valores culturales del África Negra, enfrentados a la política francesa de asimilación, con su inherente asunción de la superioridad cultural europea. Su primer volumen de poesía, Cantos de sombra, fue publicado en París en 1945 con gran éxito de crítica.
En 1984 fue admitido en la Academia Francesa, siendo la primera persona de raza negra en ingresar en tal institución”.

“Intentó modernizar la agricultura de Senegal, combatió enérgicamente la corrupción y la ineficacia de los órganos públicos, forjó relaciones más íntimas con los países de su entorno y mantuvo la cooperación con los franceses. Defendió un socialismo africano basado en la realidad africana, abierto, democrático, un socialismo humanista, huyendo de eslóganes tales como "la dictadura del proletariado”.




Para leer más:
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2294
http://www.ikuska.com/Africa/Historia/biografias/biografias_senghor.htm
http://www.claseshistoria.com/imperialismo/%2Bleopoldosedar.htm