“EN UN MUNDO
PRESIDIDO POR EL CAMBIO Y LA MERCANTILIZACIÓN Y, POR TANTO, la incertidumbre,
se hace necesario que la educación pueda responder de forma activa en el ámbito
de los valores que promuevan la búsqueda de lo verdadero, lo correcto y lo
bello, no en forma estática o predefinida sino como criterios vivos, nuestros y
en construcción permanente. En el artículo se expone cómo la ética, estética y
ciudadanía se convierten en un arma poderosa para educar a la persona de forma
íntegra y, a la vez, recuperar los centros educativos como espacios de vida y
convivencia. De este modo, además de generar nuevos modelos de disfrute
estético y convivencia, nos permitirá reintegrar a los alumnos en el centro y
favorecer su desarrollo, tanto personal como académico. Es cierto que la
sociedad actual reclama conocimientos, pero también competencias y destrezas de
trabajo común, manejo de la información, estética o creatividad que son
determinantes para el desarrollo económico y humano de este mundo en cambio.”
EDUCAR EN ÉTICA, ESTÉTICA y
CIUDADANÍA.
Por Leonardo Garnier.
“AUNQUE DEBIERA SER UNA VERDAD DE PEROGRULLO, es una verdad que a veces olvidamos: la educación debe
formar para la vida en un sentido integral. Debemos aprender a trabajar y
producir –por supuesto-, pero de igual manera debemos aprender a vivir y a
convivir; y debemos aprender a disfrutar esa vida y a reflexionar críticamente
sobre ella. Esto es cierto en particular en el mundo y los tiempos que vivimos,
donde la incertidumbre y la mercantilización parecen absorberlo todo, borrando
casi cualquier criterio de aquello que, en el pasado, permitía a la gente
apoyarse en la rutina y las costumbres como guía para su vida, su trabajo, sus
gustos y sus deberes.
Hoy, vivimos una época de
incertidumbre en la que los patrones que teníamos por ciertos ya casi no
existen, lo que genera angustias y temores que nos empujan con facilidad hacia
el pensamiento mágico. En el último capítulo de su libro El valor de elegir, Fernando Savater nos dice, con razón, que en un
mundo donde no hay certezas, donde no hay verdades ni criterios absolutos, lo
único que puede guiarnos para no caer en el relativismo absoluto es algo que
siempre hemos tenido a la mano a lo largo de la historia de la humanidad: la
ética y la estética, la búsqueda y construcción constante de lo bueno y lo
bello.
Resulta paradójico que sean
ésas las dos cosas que más hemos descuidado en nuestros sistemas educativos,
cada vez más preocupados con lo meramente –o aparentemente- utilitario.
Por eso, la educación debe
formar tanto para la eficiencia y el emprendimiento como para la ética y la
estética; tanto para la capacidad productiva como para el disfrute de la vida y
la capacidad de vivir y CONVIVIR con los demás. Los estudiantes deben
desarrollar tanto las destrezas y capacidades para aprovechar de la mejor forma
los recursos disponibles en la solución de los problemas materiales o sociales
que enfrenten, como su sensibilidad y los valores necesarios para buscar
siempre lo verdadero, lo correcto y lo bello, no como criterios estáticos o
predefinidos, sino como criterios vivos, nuestros y en construcción permanente.
Para eso debemos reintegrar
en los espacios y actividades educativas esos aspectos hoy tan descuidados: la
apreciación y educación artística, ambiental, deportiva, ética y cívica, que
son aspectos intrínsecos de la síntesis clásica entre la disciplina y el gozo,
base de la más sana convivencia. Es
preciso que el sistema educativo ofrezca muy diversas y ricas posibilidades de
crecimiento y enriquecimiento ético y estético, así como la adquisición de las
competencias básicas que les facilitarán el ejercicio de una ciudadanía
responsable y plena.
Un argumento adicional, que
puede parecer sólo pragmático pero que, más bien, apunta a un adecuado
ejercicio de los derechos, es el que vincula la educación en ética, estética y
ciudadanía con la calidad y equidad del proceso educativo en su conjunto. Es un
lugar común afirmar que nuestros sistemas educativos se caracterizan por muy
altas tasas de la mal llamada “deserción”. En unos casos, se trata de pura y
simple exclusión que tiene como causa la pobreza que impide a muchas familias “darse
el lujo” de mantener a sus hijas e hijos en el colegio; en otros, es un
problema de calidad educativa que, al promover el fracaso repetido de los
estudiantes, termina por expulsarlos del sistema; y, en otros –como bien lo
puso un estudiante al explicar su “deserción”- se trata de algo más profundo: “el
colegio es un bostezo”, dijo el joven. En efecto, una educación y un colegio
aburridos, que no ofrecen tiempo ni espacio para el sano desarrollo de la
identidad de las personas jóvenes, sin juego, sin deporte, sin teatro, sin música, sin convivencia… terminan por ser
repulsivos para los jóvenes que, en un mundo que les seduce de mil formas,
prefieren quedarse fuera.
Por el contrario, las experiencias
en todo el mundo muestran que aquellos centros educativos que ofrecen más y
mejor educación artística, educación física y actividades extra-clase que
respondan a los gustos e intereses de sus estudiantes, son también los centros
educativos en los que tanto la retención como la calidad académica es mayor.
Rescatar, transformar y
fortalecer estos ámbitos de la educación, parar volver a hacer de las escuelas
y colegios “espacios de vida y convivencia” para los estudiantes y para las
comunidades debe ser una prioridad del más alto nivel. Esto se vincula no sólo
con las razones más profundas de lograr una verdadera educación humanística en
valores, en apreciación y disfrute artístico, en desarrollo físico, en buenas
prácticas de convivencia y ciudadanía, en consolidación de la propia identidad
y respeto a la diversidad, sino que tiene además implicaciones directas en
términos del desarrollo económico.
La distinción entre lo “útil”
y lo “superfluo” que parece haber estado tras el descuido de estas materias o
asignaturas “livianas” frente a las disciplinas “duras” que mucha gente
consideraba –y considera aún- más importantes, es una distinción que se ha
vuelto absurda en el mundo de hoy, en el que la producción y el crecimiento
económico mismos han dejado al fin atrás la vieja revolución industrial, para
entrar en una nueva época en la que el valor agregado depende, cada día más,
del conocimiento, de su manejo creativo y del atractivo estético de los bienes
y servicios. En consecuencia, muchas de estas áreas hasta hoy menospreciadas –como
el diseño y la creatividad- resultan vitales para una ESTRATEGIA DE PAÍS que le
apueste al desarrollo de las industrias culturales –como la música, los
audiovisuales, el entretenimiento-, el turismo, de los servicios y, en general,
de actividades productivas de alto valor agregado, usualmente asociado con un
alto componente cultural o de conocimiento.
En la práctica, sin embargo,
esto sigue sin comprenderse: el sistema educativo suele ubicar las áreas de
ética, estética y ciudadanía en un segundo plano en relación con las áreas o
asignaturas académicas tradicionales. Además,
la estrategia pedagógica utilizada no resulta efectiva para acceder a nuevas
conductas y afectos que permitan mejorar la acción positiva para la convivencia
social. En el mejor de los casos, la oferta educativa actual de esas áreas sólo
logra cubrir de modo parcial el aspecto cognitivo. No obstante, la inserción de
éstas áreas, como experiencias de vida –y, por tanto, como aspectos que logren
cambios en valores, afectos y acciones –es esencial para un desarrollo social y
personal pleno de los seres humanos y, en especial, para la construcción de una
mejor democracia.
Es curioso cuánto nos
quejamos de los problemas de una inadecuada convivencia en nuestras sociedades –inseguridad,
violencia, angustia, depresión- y cuán poco hacemos por atender estos problemas
en sus raíces. Debiera ser evidente que un desarrollo inadecuado de tales
temáticas en el sistema educativo se refleja casi inevitablemente en diversas
dificultades para la convivencia social: manejo inapropiado de conflictos en
particular mediante el uso de la violencia, intolerancia hacia la diversidad,
crecimiento en la actitud negativa en los ciudadanos para asumir compromisos en
la vida política, ambientes con alto nivel de desconfianza interpersonal. Todo
ello obstaculiza la construcción social de la buena voluntad, base para el
logro de cambios en el ámbito ético. Por otra parte, la insuficiencia en el
desarrollo de lo estético impide el sano disfrute de la vida como la ampliación
del conocimiento a través del arte; y no permite visualizar e integrar LA
IMPORTANCIA DEL ENTORNO para el intercambio confiado y la convivencia
social.
En conjunto, esas
debilidades en las áreas de ética, estética y ciudadanía en el proceso
educativo obstaculizan también el logro de mejores niveles de desarrollo humano
entendido como un proceso para la expansión de libertades efectivamente
disfrutadas por las personas y construido desde las personas y las comunidades.
Es evidente que esas debilidades dificultan el fortalecimiento de la fibra
comunitaria y cívica que requieren las personas para ejercer y expandir sus
capacidades y con ello, su nivel de desarrollo humano.
Para que la educación, al
formar de manera integral, sea digna de ese nombre; para que los aprendizajes
sean de calidad y relevantes en el mundo de hoy, en el mundo de los jóvenes de
hoy; para que resulte atrayente y no
repulsiva; para que sea útil y contribuya, por supuesto, a las competencias y
destrezas diversas que hoy demanda el mercado laboral… pero también a las que
exige el pleno disfrute de la vida en su relación con los otros y con el
ambiente que nos rodea; para lograr todo eso, la ética, la estética y la
ciudadanía deben formar parte integral –no meramente accesoria- de la educación
y de la vida en los centros educativos.”
Leonardo Garnier
(Costa Rica)
Es catedrático de la
Universidad de Costa Rica y ha sido profesor de Economía de la Universidad de
Costa Rica y la Universidad Nacional. Fue Ministro de Planificación Nacional y
Política Económica de 1994 a 1998, entidad en la que también fue asesor y
viceministro entre 1987 y 1990. Ha trabajado como consultor en temas de
política económica, política social y gestión pública para diversos organismos
internacionales como el UNICEF, el PNUD,
el BID, la CEPAL, la OIT y otros. Fue miembro del consejo científico del Centro
Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD). Obtuvo su
doctorado en Economía en la New School for Social Research, Nueva York. Es
autor de diversos artículos en revistas y libros sobre temas económicos y sociales
vinculados al desarrollo y hasta 2006 escribió la columna semanal “Sub/versiones”
en el periódico La Nación. Autor de
libros de cuentos como Momo Congo y León
Panzón, publicado por Editorial Farben-Norma en Costa Rica; El sastrecillo ¿valiente?, por el CIDCLI
en México; y Gracias a usted, por
Farben-Norma. Pronto lanzará un nuevo
libro titulado Costa Rica: un país
subdesarrollado casi exitoso. En la actualidad es Ministro de Educación Pública
de Costa Rica.
Leonardo Garnier
(Costa Rica)
Trasatlántica de Educación,
Vol. IV. Escotilla
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